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Publié le 01 janvier 2007
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Langue Español

Extrait

*PRESENTACIÓN
Alfonso López Michelsen
a traducción del libro de la señora Delpar sobre las controversias Lentre liberales y conservadores en el curso del siglo XIX conserva
una actualidad que justifca la decisión de dar a conocer esta obra al
público colombiano. El período al cual corresponde este análisis es el
comprendido entre la promulgación de la Constitución de Rionegro
en 1863 y el fnal de la Guerra de los Mil Días en 1903, como quien
dice, casi medio siglo. Corresponde, además, a uno de los períodos
menos investigados de nuestro devenir como nación. Los
colombianos tenemos apenas una idea nebulosa de lo que fueron los gobiernos
radicales del siglo pasado y cuál fue su impronta sobre nuestra cultura
política. La circunstancia de haberse aprobado recientemente una
nueva Constitución nos permite investigar con total imparcialidad lo
ocurrido entonces. Mientras tuvo vigencia la Constitución de 1886,
forzoso fue que se adoptara la de 1886 como punto de referencia para
juzgar la de 1863. Convertidas ambas en reliquias, en piezas de museo,
ningún prejuicio enturbia nuestra visión en vista de que la
Constitución de 1991 conserva rasgos de ambas cartas: la federalización de la
de 1863 y el régimen presidencial de la de 1886.
El clima político bajo el cual se expidió la Constitución de
Rionegro nada tuvo en común con el que presidió la Asamblea
Constituyente de 1991. Esta última no fue el fruto de una victoria militar ni
de una imposición sino de un consenso. Con todo, el convencimiento,
en uno y otro caso, de que las disposiciones escritas transforman las
* Presentación al libro Rojos contra azules: el partido liberal en la política colombiana
1863-1899, de Helen Delpar, Bogotá, Procultura, abril de 1994, pp. VII-XXX. Se
publica con la autorización del Ministerio de Cultura.
Revista de Economía Institucional, vol. 9, n.º 17, segundo semestre/2007, pp. 311-323312 Alfonso López Michelsen
sociedades y que un país nuevo surgiría de la nueva Constitución
distingue a ambos períodos. No sospechaba la señora Delpar al
consignar sus observaciones, fruto de un minuciosísimo estudio, que su
libro cobraría en el curso de diez años una actualidad que no había
conocido en la época en que fue dado a la luz en lengua inglesa.
Una opinión acerca de la Constitución de Rionegro que corrió con
fortuna fue la que se atribuyó a Víctor Hugo, de quien se decía que le
había manifestado a Don Antonio María Pradilla que era una “Carta
Política hecha para ángeles”. No sé que tanto francés hablara el señor
Pradilla, si bien es cierto que Víctor Hugo chapuceaba el castellano,
que había aprendido de niño durante la invasión napoleónica a
España. Sospecho que, si es verdad que la entrevista con Víctor Hugo
tuvo ocurrencia, lo que quiso decir el gran poeta francés debió ser que
la Carta Política de Colombia parecía hecha por ángeles. No vale la
pena debatir la verosimilitud de la leyenda, que parece altamente
improbable, puesto que Víctor Hugo en aquellos años vivía en exilio en la
diminuta Isla de Guernesey, a pocas millas de la Costa de Inglaterra,
un lugar de muy difícil acceso para un turista suramericano.
Sea como fuere, conceptualmente corresponde mejor a esta
segunda versión lo que hubiera podido decir Víctor Hugo.
Si bien es cierto que algunos entre los constituyentes de 1863
formularon reparos acerca de instituciones tan utópicas como el
período presidencial de dos años, destinado exclusivamente a recortar
el período del General Mosquera, que iba a ser el primer presidente,
y acerca de las trabas constitucionales que para cualquier enmienda
hacían irreformable la Constitución, la mayor parte de los
delegatarios consideraban que habían cumplido una tarea histórica. La
euforia de que se rodeó la expedición de la nueva Constitución, el
sentimiento de que en Colombia se estaban poniendo en práctica
los ideales generosos de los revolucionarios europeos del 48, dejan
la impresión de que los reformadores se sentían superhombres que
le estaban dando una lección al mundo. De ahí que sea de presumir
que lo que hubiera dicho Víctor Hugo para halagarlos debió ser que
parecía hecha por ángeles.
Cabe aquí recordar que Víctor Hugo, a fuer de extraordinario
poeta, posiblemente el más grande entre los franceses, fue durante
gran parte de su vida un populista de mayor envergadura que su
contemporáneo Carlos Marx. Cuanto hemos visto en el siglo XX como
proliferación del marxismo es sólo comparable a la infuencia que
tuvieron obras como Los miserables, El año terrible o Nuestra Señora
de París sobre los calenturientos cerebros latinoamericanos. Sólo
ánRevista de Economía Institucional, vol. 9, n.º 17, segundo semestre/2007, pp. 311-323Presentación 313
geles, en consecuencia, podían depararle la fortuna de ver plasmada
su generosa ideología democrática en una Constitución.
Dentro del discurrir nacional, la Carta de Rionegro era la
conclusión lógica de una tendencia a liberalizar la República. Los partidos
políticos, liberalismo y conservatismo, o rojos y azules, como los llama
la señora Delpar, habían comenzado a perflarse desde 1840 cuando
fue desapareciendo la denominación entre progresistas y ministeriales.
Los primeros se sentían los herederos del General Santander y, los
segundos, de Don José Ignacio de Márquez quien había derrotado a
Obando en las elecciones de 1837. La diferencia entre unos y otros se
había ahondado con la malhadada iniciativa del gobierno de Márquez
de reabrir contra Obando la acusación de ser el autor intelectual del
asesinato de Sucre en Berruecos. Proscrito en el Perú y en Chile, la
aureola del martirio circundaba sus sienes. El prestigio de Obando,
mejor dicho, su popularidad, no tuvo par en todo nuestro siglo XIX.
Su regreso signifcó el renacimiento de la corriente democrática
santanderista que no tardó en adoptar banderas antirreligiosas,
federalistas y populistas, coreadas por las llamadas sociedades
democráticas, asociaciones sindicales que frecuentemente recurrían a las
vías de hecho. Fue así como, durante la Administración del General
José Hilario López, se proclamó el principio de la separación de la
Iglesia y el Estado, se inició un proceso de descentralización, aún muy
tímido, y se procedió a dar cristiana sepultura a instituciones como la
esclavitud y el monopolio de la tierra. En este camino se llegó a tales
excesos que el propio partido de gobierno se dividió entre “gólgotas”
y “draconianos”, siendo estos últimos los más extremistas en la
aplicación de las medidas. La segunda Administración Mosquera de 1863
no hizo sino proseguir en el mismo camino, expropiando los bienes
de las comunidades religiosas, poniendo en práctica los principios
federales de la Constitución de 1863 y aboliendo los últimos rezagos
del colonialismo en materia fscal. Es sobre este último aspecto en el
cual hay que poner mayor énfasis para interpretar a cabalidad cuanto
ocurrió posteriormente.
El principal ingreso fscal del Estado colombiano era el impuesto
de aduanas. Gracias a los elevados aranceles con los que se aspiraba
a defender la producción nacional, el Estado recaudaba sumas
cuantiosas para la época, tanto que representaban casi la totalidad de los
ingresos fscales. Otros impuestos, como el predial, la explotación de
las riquezas naturales y la adjudicación de baldíos quedaron en manos
de los Estados. De esta suerte, según fueran las importaciones, crecía
o se reducía el producido de los aranceles, y los gobiernos podían
preRevista de Economía Institucional, vol. 9, n.º 17, segundo semestre/2007, pp. 311-323314 Alfonso López Michelsen
sentar un balance favorable o defcitario de su gestión. Si se agrega a
lo anterior el hecho de que gran parte de los ingresos se traducía en
gastos con destinación específca, llegamos a la conclusión de que el
margen de maniobra del ejecutivo era muy reducido. El sólo rubro de
pagos por concepto de la deuda signifcaba que el gobierno no podía
disponer de más del 50% de la renta de aduanas que se destinaba a
hacer abonos y a pagar intereses a los acreedores del Estado.
Fue un milagro que la Constitución de Rionegro conservara su
vigencia por tanto tiempo y llegara a ser la más longeva desde la
fundación de la República. La crisis fscal, provocada por la caída de
los precios del tabaco y la quina, dio al traste con sus instituciones,
pero desde

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