Amor y República
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Colecciones : Tiempo de historia. Año I, n.9
Fecha de publicación : 1-ago-1975

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Extrait

.. . .. --
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atrevidos volatines no nos asustaron. Ella era i"WUE en la casa de alguien, adonde fui Ue­
muy valiente, como si su apellido -León-la lJI vado no recuerdo hoy por quién. Allí
defendiera, dándole más arreslos. surgió ante mí. rubia, hermosa, sólida
y levantada como la ola que una mar impre­ Mi madre, muy enferma del corazón desde
vista me arrojara de un golpe contra el pecho. hacía tiempo, aprovechando una breve mejo­
Aquella misma noche, por las calles, por las ría, se trasladó al sur, a casa de mi hermana.
umbrías solas de los jardines, las penumbras (No la vería más.) Agustín ya estaba casado.
secretas de los taxis sin rumbo, ya respiraba
Quedaba sólo mi hermano Vicente, casado
yo inundado de ella, henchido, alegrado. exal­ también, con quien tenía que seguir viviendo.
tado de su rumor, impelido hacia algo que
¿Qué hacer entonces allí. triste, en mi cuarto,
sentía seguro. el alegre «triclino» de otros días? Con María
Teresa me pasaba las horas trabajando en al­Yo me arrancaba de otro amor torturante, que
gunos poemas o ayudándola a corregir un li­aún me tironeaba y me hacía vacilar antes de
bm de cuentos que preparaba. Una noche -lo refugiarme en aquel puerto, Pero, ¡ah, Dios
habíamos decidido--- no volví más a casa. De­mío!, ahoraera'la belleza, el hombro alzado de
fini·tivamente, tan lo ella como yo empezaría­Diana, la clara flor maciza, áurea y fuerte de
mos una nueva vida, libre de prejuicios, sin Venus, como tan sólo yo había visto en los
importamos el qué dirán, aquel temido qué campos de Rubens o en las alcobas de Tiziano.
dirán de la España gazmoña que odiábamos. ¿Cómo dejarla ir, cómo perderla si ya me tenía
allí, sometido en su. brazo, arponeado el cora­
zón, sin dominio, sin fuerza, rendido y sin nin­ A todo esto la otra España seguía bullendo
gún deseo de escapada? Y. sin embargo, force­ incontenible. Sus anhelos de libertad, más su­
jeé, grité, lloré, me arrastré por los suelos ... bidos y contagiosos cada vez, se derramaban
para dejarme al fin, después de tanta lucha, por todas partes. Hasta las gentes más impre­
raptar gustosamente y amanecer una mañana vistas, aquellas que incluso hablaban fami­
en las playas de Sóller, frente al Mediterráneo liarmente de «nuestra Isabel, nuestra Victo­
baleal', azul y único. Ecos malignos de lo que ria, nuestro Alfonso~, encontraron de pronto
muchos en Madrid creían una aventura nos que aquel espléndido teatro del Palacio Real
fueron llegando. En algunos diarios y revistas era apenas un mamarrachesco barracón de
aparecieron notas, siendo la más divertida 'feria, habitado por unos esperpenticios y va­
aquella que decía: «El poeta Rafael Alberti Ileinclánicos muñecos. Las amistades puras
empiezan a resquebrajarse. El escritor, por repite el episodio mallorquín de Chopín con
una bella Jorge Sand de Burgos». Se buscaba vez primera en esos años, va a unirse al escri­
el escándalo, pues esta Jorge Sand -una es­ tor por afinidades políticas y no profesionales.
critora, casada y todavía sin divorcio--- era Todos a una comprendieron que tenían, si no
muy conocida. Nosotros, mientras, nos reía­ bancarias, serias cuentas que arreglar con la
mos, ufanos de que nuestros nombres fueran Casa deJ Rey; rey que, por otra parte, jamás
traídos y llevados por gentes tan distantes de consultó a las inteligencias de su país. Una­
nuestra dicha, de nuestra juventud descalza muna, Azaña, Ortega, Valle-Inclán, Pérez de
por las rocas, bajo los pinos parasol o en el Ayala, Marañón, Machado, Baeza. Bergamín,
reposo de las barcas. Espina, Díaz Femández, por citar sólo algunos
nombres, se agitan y trabajan, ahora ya abier­
De regreso a Madrid, en avión desde Barcelo­ tamente, «al servicio de la República». (Con
na, una tremenda tempestad por los montes este lÍtulo se formaría luego el partido cuyas
Ibéricos nos obligó a un forzoso atelTizaje en cabezas más visibles - Ortega, Marañón, Aya­
Daroca, ciudad aragonesa de murallas roma­ la----- desertaron el J 8 de julio de 1936 al com­
nas, aislada y dura como un verso caído del probar que la política de guante blanco tenía
Poema del Cid. Nos recibieron, en medio de la que manchárselo en la cara sangrienta del
nieve de aquel aeródromo de socorro, pastores enemigo, si quería verdaderamente salvar la
que agobiados en sus zaleas parecían más bien República.)
inmensos corderos. Dos días pasamos allí en
una fonda, visitando, amigos del cura, la mag­ Aquel grito que zigzagueaba potente pero sigi­
nifica Colegiata. Reanudado el viaje, únicos loso, fue a agolparse de súbito, apretado de
pasajeros y ya Íntimos de los pilotos, éstos nos valor y heroísmo, en la garganta de los Piri­
obsequiaron con toda clase de acrobacias neos, estallando al fin un amanecer en las nie­
-ahora no las hubiera consenlido--- sobre el ves de Jaca. «¡Viva la República!» Es Fermín
campo de aviación madrileño. Era la primel*a Ga14n, un joven militar, quien lo ha gritado,
vez que yo volaba; María·Teresa no. Aquellos Fermín Galán, a quien el fervor popular na-
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dente va a incorporarlo al cancionero de la carteles ya en la calle. Se trataba de una espe­
calle. El pueblo adivina, ilusionado, un se· cie de auto sacramental, claro que sin sacra­
gundo respil·o. Las cenizas ensangrentadas de mento, o más bien, como apuntó Díez-Canedo
Galán y García Hernández van a desenterrar, en su elogiosa crítica del estreno, de una mora­
del panteón donde yaciera cincuenta y siete lidad, más cerca del poeta hispano.portugués
años, el cuerpo de la Libertad, sólo adormecí· Gil Vicente que de Calderón de la Barca. La
do, ondeándolo, vivo, en sus banderas. Era un influencia directa de Sobre los ál1geles cam­
golpe de sangre quien había dado la señal. peaba en ella, aunque no fueran éstos los seres
aunque aún no había llegado la hora. allí represent~'dos, sino El Hombre, con sus
Cinco Sentidos, en alegórica reencarnación;
Fue una mañana de diciembre. María Teresa y El Hacedor, en figura de vigilante nocturno, y
yo, como todo Madrid, mirábamos al cielo dos mujeres: la esposa de El Hombre y La
frío, esperando que las alas conjuradas de Tentación, que trama la ruina de ambos en
Cuatro Vientos decidieran. Pero las alas, sin­ complicidad con los Sentidos. No diré que la
tiéndose'enfiladas por fusiles, se vieron impe­ de Hemani, pero sí una resonante batalla fue
lidas a remontare! vuelo, rumbo a Lisboa. (En también la del estreno (26 de febrero). Yo se­
uno de esos aviones iba Queipo de Llano, en guía siendo el mismo joven iracundo -mitad
otro, Ignacio Hidalgo de Cisneros: dos Espa­ ángel, mitad tonto- de esos años anarquiza­
ñas en vuelo, que habían de separarse definiti­ dos. Por eso, cuando entre las ovaciones fina­
vamente. Queipo, monárquico, se subleva les fue reclamada mi presencia, pidiendo el
COntra el rey; Queipo republicano. se público que hablara, grité, con mi mejor son­
contra la República. En cambio, Hidalgo de risa esgrimida en espada: «¡Viva el extermi­
Cisneros, intachable conducta, hombre de co­ nio! ¡Muera la podredumbre de la actual es­
razón valiente y seguro, no despintó jamás de cena española!». Entonces el escándalo se hizo
las alas de su avión de combale la bandera más que mayúsculo. El teatro de arriba abajo,
republicana. El 18 de julio, en las batallas se dividió en dos bandos. Podridos y no podri­
decisivas por defenderla, el pueblo lo nombra dos se insultaban, amenazándose. Estudian­
general, jefe de las Fuerzas del Aire.) tes y jóvenes escritores, subidos en las sillas,
armaban la gran batahola, viéndose a Bena­
En los primeros meses del año 31 J aún resona­ vente y los Quintero abandonar la sala. en
ban en los oídos de Espana las descargas del medio de una larga rechifla. Nunca ningún
fusilamiento de los capitanes Galán y García libro mío de versos recibió más alabanzas que
Hernández, oscureciendo momentáneamente El hombre deshabitado. La -crítica, salvo la de
aquel terror el camino que ya marchaba. Con los diarios católicos que me trataban de im­
casi todo el fuluro gobierno republicano en la pío, irrespetuoso, I blasfemo, fue unánime,
condenando, eso sí, por creerlas innecesarias, cárcel Modelo, nadie podía ima

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