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Publié par | erevistas |
Publié le | 01 janvier 2005 |
Nombre de lectures | 9 |
Langue | Español |
Extrait
1 Profesorado, revista de currículum y formación del profesorado, 1, (1), 2005
FRACASO ESCOLAR, EXCLUSIÓN EDUCATIVA: ¿De qué se excluye y cómo?
Juan M. Escudero Muñoz
Universidad de Murcia
El fracaso escolar es un fenómeno tan antiguo como la escuela misma. Aparece tan
asociado a ella a lo largo de su ya dilatada historia que, en algún sentido, podría caerse en la
tentación de aceptarlo como inevitable, de considerarlo tan indeseable como, en algún sentido,
quizás útil. Aunque no es difícil convenir en que la escuela no es el único lugar donde se gesta y
provoca, quizás tengamos que reconocer, sin embargo, que ella representa el orden institucional
que crea las condiciones suficientes para que exista, ya que le toca construirlo y sancionarlo.
Desde una mirada histórica, resulta fácil apreciar que lo que en cada contexto social, cultural y
educativo se establece y certifica como fracaso escolar no ha sido algo fijo, sino, más bien,
cambiante. Tanto los factores múltiples a los que pueda responder en cada momento, como las
dinámicas que lo fabrican; tanto los criterios de excelencia social y escolar desde los que es
definido y certificado (Perrenoud, 1990), como las repercusiones que pueda arrostrar para los
individuos (estudiantes), sus familias y, todavía con carácter más amplio la sociedad en su
conjunto, dependen de sistemas de valores sociales y escolares sólo comprensibles en razón de
una pluralidad de realidades sociales, económicas y culturales que exceden lo estrictamente
escolar y educativo. A fin de cuentas, también son mucho más amplios los criterios, las
estructuras, las relaciones y las dinámicas en cuyo seno aparece, es certificado y arrastra consigo
ciertas consecuencias. En el fracaso escolar se proyecta y adquiere visibilidad todo el entramado
de relaciones que en cada contexto social, institucional y personal tejen los vínculos siempre
complejos entre la sociedad, los sujetos, la cultura y los saberes, la escuela como institución, en
suma.
No siempre es fácil hablar con precisión del fracaso escolar y comprenderlo. Tampoco
es sencillo pensar, decidir y actuar coherentemente para combatirlo. En términos generales, está
ligado a la escuela como una institución que tiene sus propias reglas de juego para formar a los
estudiantes en un determinado sistema de valores, conocimientos, capacidades y formas de vida.
Las concreta en la cultura que en cada momento histórico selecciona y organiza como valiosa,
los objetivos que declara, lo que de hecho enseña y las oportunidades de aprendizaje que crea
para los estudiantes, así como en los criterios y procedimientos que emplea para determinar qué
estudiantes se ajustan a sus expectativas y exigencias y quiénes no lo hacen satisfactoriamente.
Todo ello conforma el mayor o menor grado de éxito con que los estudiantes, cada uno de ellos
en particular, consigue navegar por ese universo de normas y exigencias.
El fracaso, por lo tanto, no es un fenómeno natural, sino una realidad construida en y
por la escuela en sus relaciones con los estudiantes y, naturalmente, de éstos con ella. Sin el
orden moral y cultural que representa e impone, el fracaso sencillamente no existiría. O, al
menos, no en los términos y con las manifestaciones que podemos apreciar, por ejemplo aquí y
ahora, ni tampoco con sus efectos más directos y colaterales para los estudiantes e incluso para
la sociedad en general. Asimismo, el fracaso escolar no sólo es una realidad social y escolar
fabricada. También es un fenómeno designado con ciertas palabras y significados, interpretado
y valorado según determinados discursos y perspectivas. Los términos al uso para definirlo y
sancionarlo comportan significados diferentes para los distintos actores implicados, a veces
ambiguos o, tal vez, arbitrarios. Los esquemas de explicación acerca de cómo ocurre y por qué
pueden oscilar entra las comprensiones más simplistas y otras que son tan rigurosas y complejas
que desbordan cualquier posibilidad de acometerlo y reducir su incidencia en contextos
concretos, circunstancias y sujetos singulares. No digamos, ya, lo que podría suponer el
propósito y el logro de eliminarlo.
2 Profesorado, revista de currículum y formación del profesorado, 1, (1), 2005
Además de los marcos del currículo oficial cuyos objetivos, contenidos y aprendizajes
sirven como una referencia para determinarlo, el fracaso también depende de los modos según
los cuales lo entienden los docentes, así como de sus prácticas mediante las que proveen
educación a los estudiantes, miden y valoran los aprendizajes, responden (o dejan sin las
respuestas y ayudas pertinentes) a aquellos estudiantes que encuentran dificultades en sus
trayectorias escolares y educativas. De uno u otro modo, resulta de un desencuentro entre lo que
la escuela y sus profesores esperan y exigen y lo que algunos alumnos son capaces de dar y de
demostrar. Se traduce, desde luego, en resultados que son valorados como no satisfactorias de
acuerdo con determinado cánones y niveles de exigencia. Pero, como producto más o menos
profundo y decisivo según el momento de la escolaridad, está unido a un largo proceso de
gestación y provocación en el que, como es de suponer, participaron factores seguramente
múltiples, combinados y acumulativos. Cada uno de ellos y su confluencia no siempre es fácil
de precisar: algunos residen dentro de las escuelas y aulas, pero otros muchos son externos a las
mismas y están, de hecho, fuera de su control.
Por todo ello, el fracaso escolar es como un paraguas que acoge múltiples realidades
fácticas, cotidianas o personales y también estructurales y sistémicas, difíciles de aprehender,
relacionar y combatir. En teoría provoca todo género de coincidencias en que es un efecto
indeseable que habría que corregir. En las políticas, incluidas las del lenguaje y los discursos, y
en las prácticas se nos escapa una y otra vez entre los dedos. En todo caso, la actitud menos
pertinente sería la de entenderlo como algo fatal y fuera absolutamente de nuestro control. Sin
que se pueda albergar la expectativa de su erradicación plena, lo que seguramente no es
previsible ni siquiera en la educación básica, común y obligatoria, la urgencia y los motivos
para no tirar la toalla pertenecen al universo de imperativos éticos y sociales que ni la sociedad
ni la escuela deben soslayar.
Para colocar el fracaso escolar bajo la perspectiva de una escuela más justa y equitativa,
que debe ser el marco desde el que combatirlo, es decisivo elaborar un discurso y una
comprensión lo más adecuada posible. Es necesario entender en qué consiste, qué factores y
dinámicas lo provocan, cómo y por qué no debe ser consentido. Su comprensión adecuada nos
puede ser útil, asimismo, para ser ecuánimes a la hora de identificar y atribuir responsabilidades,
que seguramente son diferentes. A su vez, la elaboración y el contraste teórico que nos ayuden a
profundizar en su comprensión, puede que sean, si no una condición suficiente, sí un punto de
partida necesario para idear y aplicar las políticas y actuaciones pertinentes, comprometidas en
erradicarlo o, cuando menos, atenuar significativamente su extensión y sus efectos
multilaterales.
Con el propósito de apuntar algunas ideas en esa dirección, en primer lugar dejaremos
constancia de las imprecisiones conceptuales que conlleva el término fracaso escolar y
enunciaremos ciertos interrogantes que es preciso despejar para aproximarnos a su comprensión.
En un segundo punto vamos a presentar una lectura del mismo desde la perspectiva de la
exclusión educativa. Es una buena lente para explorar algunos de sus significados, dinámicas y
efectos. En tercer lugar ofreceremos un marco general para la comprensión de la exclusión
educativa que, como veremos, reclama la necesidad de activar simultáneamente determinadas
políticas escolares y sociales.
1. La ambigüedad conceptual del fracaso escolar: más interrogantes que claridades
contundentes.
El dato más incontestable del fracaso escolar es, quizás, el que se refiere al hecho de
que, sea cual fuere la amplitud que los sistemas escolares adopten para determinar y definir el
período de la escolaridad obligatoria, el ya famoso tercio de la población con “problemas
escolares” persiste en el tiempo y a través de contextos nacionales diferentes. En los mismos
países más desarrollados, la democratización y extensión de la escuela obligatoria ha coexistido
con la persistente realidad de un porcentaje amplio de estudiantes que no logran los aprendizajes 3 Profesorado, revista de currículum y formación del profesorado, 1, (1), 2005
básicos de esa primer