Hume y la teoría institucional (Hume and Institutional Theory)
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Description

Resumen
Este artículo muestra que hay un vínculo entre la filosofía de las costumbres de Hume y los principios básicos de la teoría institucional. Esta relación ha sido sugerida por economistas contemporáneos, como Vernon Smith y otros, que ven en Hume los orígenes de la dicotomía –hoy ampliamente aceptada– entre razón constructiva y razón ecológica, primordial en el pensamiento institucionalista. Para Hume el hábito, guía principal de la vida, puede ayudar a entender las pautas del comportamiento individual y colectivo. El artículo examina el problema de la consistencia entre las reflexiones de Hume sobre este tema y los fundamentos de su filosofía de las creencias.
Abstract
This paper shows the links between Hume’s philosophy of customs and the basic principles of institutional theory. This relationship has been suggested by contemporary economists such as Vernon Smith and others, who see in Hume the origins of today’s broadly accepted dichotomy between constructive and ecological reasoning, essential to institutional thinking. For Hume habit, as the main guide of life, can be used to comprehend individual and collective behavioural patterns. The question is whether his reflections on the subject are consistent with the foundations of his own philosophy of belief.

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Publié le 01 janvier 2005
Nombre de lectures 17
Langue Español

Extrait

HUME Y LA TEORIA
INSTITUCIONAL*
**Carlos Mellizo
eferirse a Hume desde una nueva perspectiva no es tarea fácil. R¿Qué se podría añadir a lo ya dicho en las innumerables
lecciones, conferencias y publicaciones que –fuera y dentro de España– se
han dedicado y continúan dedicándose al pensamiento humeano en
todos sus aspectos? Sin duda hay todavía cosas que decir, pero siempre
está ahí, amenazante, el riesgo de repetir ideas conocidas, riesgo del
que he querido huir en lo posible, aunque no tengo la presunción de
haberme librado de él enteramente.
Pues bien, teniendo en cuenta todo esto, quisiera comentar
brevemente un hecho cultural del que las corrientes de pensamiento
de nuestros días participan en alto grado. La “teoría institutional”
ha impregnado todas las disciplinas, desde la estética a la economía,
pasando por los estudios sociológicos y antropológicos, la filosofía
de la religión y la moral personal y social. En los escritos de enfoque
“institucional” es común la tendencia a hablar de las cosas utilizando
un lenguaje notablemente abstracto, como si los autores
institucionales hubiesen renunciado de antemano a establecer una comunicación
efectiva con lectores que no estén debidamente iniciados. Aún así,
parece que, en su esencia, las teorías de sesgo institucional responden
en esencia a una idea relativamente sencilla.
Simplificando, cabría decir que desde principios del siglo XX la
teoría institucional se refiere siempre a patrones de comportamiento
colectivo. Prácticamente, en todos los órdenes del quehacer humano,
el individualismo estricto es una imposibilidad. La verdad orteguiana
sigue vigente: cada persona vive y actúa en su circunstancia, y ésta
incluye una multitud de referencias, entre las cuales figuran en lugar
destacado las personas circunstantes. De ahí que todas las disciplinas
que en un sentido amplio podríamos llamar antropológicas −sociología,
* Documento presentado en el Departamento de Filosofía de la Universidad de
Wyoming, 2004. Fecha de recepción: 1.° de julio de 2005, fecha de aceptación:
16 de septiembre de 2005.
** Profesor del Departamento de Lenguas Clásicas y Modernas de la
Universidad de Wyoming, hume@uwyo.edu
REVISTA DE ECONOMÍA INSTITUCIONAL, VOL. 7, N.º 13, SEGUNDO SEMESTRE/200570 Carlos Mellizo
ética, psicología, economía, etc. − hayan de tener en cuenta la realidad
“gremial”, es decir, la institución de la que cada individuo forma parte
y en la que, de hecho, opera. En la jerga de la teoría institucional, el
sujeto no es el individuo a secas, sino el grupo o institución, realidad
que se podría definir como un conjunto de hábitos, tradiciones y
costumbres propios de una conducta colectiva particular. Cada institución
es hija de su estilo y sigue sus propias normas según criterios internos
de grupo. La visión más clásica dentro de la atropología institucional
está inspirada en la idea de que las culturas humanas se configuran
con los ojos puestos en algún tipo de beneficio práctico y que, en ese
sentido, se puede decir que obedecen a criterios utilitarios racionales.
Una cultura así entendida tratará de explicarse en términos de utili -
dad, es decir, como institución cuya norma fundamental consiste en la
adaptación lógica de unos medios a unos fines para alcanzar un
resultado que produzca felicidad. Pero otras direcciones antropológicas no
participan plenamente de esa visión utilitaria que entiende toda opción
cultural en términos de razón práctica, sino que proponen otro tipo
de razones para explicar los comportamientos. Se habla así de razones
simbólicas o significativas; se estima que “el carácter distintivo del ser
humano no estriba en que éste ha de sobrevivir en un mundo material
–circunstancia que comparte con todos los demás organismos–, sino
que vive de acuerdo con un meaningful system de su propia invención,
siendo la capacidad de inventarlos algo exclusivo y único del género
humano” (Sahlins, 1976). Según esto, cada cultura –podríamos susti -
tuir la palabra cultura por el término institución–, aun sin abandonar
totalmente los criterios de utilidad y de pensamiento práctico, dará a
éstos un sesgo único y peculiar y engendrará diferenciaciones culturales
de importancia. Dicho de otro modo, será cada cultura en particular
la que, de conformidad con sus hábitos propios, determine lo que es
útil y razonable en un orden práctico. Así entendida, cada institución
establecerá sus propias normas, que no han de ajustarse a opciones
racional y lógicamente justificables desde una perspectiva “clásica”
con pretensiones de objetividad y universalidad, sino que
responderán más bien a impulsos y creencias derivados de pautas de conducta
habituales. La institución dice lo que desde siempre se ha dicho dentro
de ella; piensa lo que siempre se ha pensado dentro de ella; se comporta
como siempre se ha comportado ella misma en su propio entorno o, por
decirlo con el lenguaje de Vernon L. Smith (2003, 469 y ss.), según
pautas de “racionalidad ecológica”.
Este enfoque presupone, como han reconocido con matices de
mayor o menor profundidad el mismo Smith, Geoffrey M. Hodgson,
REVISTA DE ECONOMÍA INSTITUCIONAL, VOL. 7, N.º 13, SEGUNDO SEMESTRE/2005HUME Y LA TEORÍA INSTITUCIONAL 71
Marshall Sahlins y otros, que el hábito es el fundamento de la acción
humana, entendiendo por “hábito” una forma de comportamiento
noreflexiva, auto-sostenible, culturalmente autónoma, que surge como
resultado de actuaciones repetidas. Al constituirse con base en actos
decisorios, el hábito sustituye, por tanto, la racionalidad entendida al
estilo cartesiano, llamada por Hayek “racionalidad constructiva”; según
la cual toda institución social digna debería ser creada por procesos
deductivos conscientes de la razón humana (Smith, 2003, 466-467).
Ahora es el hábito el que “explica” el proceso racional, y no al revés;
o, dicho de otro modo, el hábito es el fundamento de la elección que
se suponía razonada.
Un buen ejemplo para ilustrar diferencias culturales y criterios
singulares de utilidad y racionalidad ecológica, es aquel famoso
episodio relatado por Ortega en La rebelión de las masas, tomado de un
documento de la época del Rey Carlos III, cuyos protagonistas fueron
los habitantes del pueblo almeriense de Níjar. Por lo visto, la sociedad
de la villa tenía en aquel tiempo una personalidad cultural distintiva,
que llevó a los vecinos a encontrar satisfacción, utilidad y significado
en el modo de comportamiento descrito en el documento en cuestión.
Se trata de lo que aconteció en Níjar cuando el 13 de septiembre de
1759 se proclamó rey a Carlos III. El documento dice así:
Hízose la proclamación en la plaza de la villa. Después mandaron traer de
beber a todo aquel gran concurso, el que consumió 77 arrobas de Vino y
cuatro pellejos de Aguardiente, cuyos espíritus los calentó de tal forma, que
con repetidos vítores se encaminaron al pósito, desde cuyas ventanas arrojaron
el trigo que en él había, y 900 reales de sus Arcas. De allí pasaron al Estanco
del Tabaco y mandaron tirar el dinero de la Mesada y el tabaco. En las tiendas
practicaron lo propio, mandando derramar, para más authorizar la función,
quantos géneros líquidos y comestibles havía en ellas. El Estado eclesiástico
concurrió con igual eficacia, pues a voces indugeron a las Mugeres tiraran
quanto havía en sus casas, lo que egecutaron con el mayor desinterés, pues no
quedó en ellas pan, trigo, harina, zebada, platos, cazuelas almireces, morteros,
ni sillas, quedando dicha villa destruída (Ortega y Gasset, 1986, 103).
Creo que sería justo pensar que el episodio de Níjar no responde a
criterios de razón constructiva; pero ello no quiere decir que carezca
de una lógica cultural interna. No cabe duda de que, en su compor -
tamiento, aquellos almerienses encontraron satisfacción y “utilidad”,
pues se estaban ajustando a tradiciones culturales que daban sentido
a su vida colectiva. En su afán destructivo, los vecinos de Níjar creían
firmemente estar rindiendo honor a la Corona. Y hubiera sido difícil,
por no decir imposible, convencerlos de que quizá otros signos de
celebración de naturaleza menos devastadora, además de ser más
lógiREVISTA DE ECONOMÍA INSTITUCIONAL, VOL. 7, N.

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