Project Gutenberg's Cuentos de Amor de Locura y de Muerte, by Horacio QuirogaThis eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and withalmost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away orre-use it under the terms of the Project Gutenberg License includedwith this eBook or online at www.gutenberg.netTitle: Cuentos de Amor de Locura y de MuerteAuthor: Horacio QuirogaRelease Date: September 20, 2004 [EBook #13507]Language: SpanishCharacter set encoding: ISO-8859-1*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS DE AMOR DE LOCURA Y ***Produced by Stan Goodman, Paz Barrios and the Online DistributedProofreading Team.#Cuentos de Amor de Locura y de Muerte#HORACIO QUIROGA1917#INDICE#Una estaci n de amor �Los ojos sombr os �El solitarioLa muerte de IsoldaEl infierno artificialLa gallina degolladaLos buques suicidantesEl almohad n de pluma �El perro rabiosoA la derivaLa insolaci n �El alambre de p a �Los Mens �Yagua�Los pescadores de vigasLa miel silvestreNuestro primer cigarroLa meningitis y su sombra#UNA ESTACION DE AMOR##Primavera#Era el martes de carnaval. N bel acababa de entrar en el corso, ya al �oscurecer, y mientras deshac a un paquete de serpentinas, mir al � �carruaje de delante. Extra ado de una cara que no hab a visto la tarde � �anterior, pregunt a sus compa eros: � �--�Qui�n es? No parece fea.--�Un demonio! Es lind sima. Creo que sobrina, o cosa as � , del doctor �Arrizabalaga. Lleg ayer, me parece.. ...
Project Gutenberg's Cuentos de Amor de Locura y de Muerte, by Horacio Quiroga
This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
with this eBook or online at www.gutenberg.net
Title: Cuentos de Amor de Locura y de Muerte
Author: Horacio Quiroga
Release Date: September 20, 2004 [EBook #13507]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS DE AMOR DE LOCURA Y ***
Produced by Stan Goodman, Paz Barrios and the Online Distributed
Proofreading Team.
#Cuentos de Amor de Locura y de Muerte#
HORACIO QUIROGA
1917
#INDICE#
Una estacin de amor
Los ojos sombros
El solitario
La muerte de Isolda
El infierno artificial
La gallina degollada
Los buques suicidantes
El almohadn de pluma
El perro rabioso
A la deriva
La insolacin
El alambre de pa
Los Mens
Yagua
Los pescadores de vigas
La miel silvestre
Nuestro primer cigarro
La meningitis y su sombra
#UNA ESTACION DE AMOR#
#Primavera#
Era el martes de carnaval. Nbel acababa de entrar en el corso, ya al
oscurecer, y mientras deshaca un paquete de serpentinas, mir al
carruaje de delante. Extraado de una cara que no haba visto la tarde
anterior, pregunt a sus compaeros:
--Quin es? No parece fea.
--Un demonio! Es lindsima. Creo que sobrina, o cosa as, del doctor
Arrizabalaga. Lleg ayer, me parece...
Nbel fij entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era
una chica muy joven an, acaso no ms de catorce aos, pero
completamente nbil. Tena, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de
suprema blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonio
exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos, perdindose
hacia las sienes en el cerco de sus negras pestaas. Acaso un poco
separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire de mucha nobleza o
de gran terquedad. Pero sus ojos, as, llenaban aquel semblante en
flor con la luz de su belleza. Y al sentirlos Nbel detenidos un
momento en los suyos, qued deslumbrado.
--Qu encanto!--murmur, quedando inmvil con una rodilla sobre al
almohadn del surrey. Un momento despus las serpentinas volaban hacia
la victoria. Ambos carruajes estaban ya enlazados por el puente
colgante de cintas, y la que lo ocasionaba sonrea de vez en cuando al
galante muchacho.
Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cochero y an
carruaje: sobre el hombro, la cabeza, ltigo, guardabarros, las
serpentinas llovan sin cesar. Tanto fu, que las dos personas
sentadas atrs se volvieron y, bien que sonriendo, examinaron
atentamente al derrochador.
--Quines son?--pregunt Nbel en voz baja.
--El doctor Arrizabalaga; cierto que no lo conoces. La otra es la
madre de tu chica... Es cuada del doctor.
Como en pos del examen, Arrizabalaga y la seora se sonrieran
francamente ante aquella exuberancia de juventud, Nbel se crey en el
deber de saludarlos, a lo que respondi el terceto con jovial
condescencia.
Este fu el principio de un idilio que dur tres meses, y al que Nbel
aport cuanto de adoracin caba en su apasionada adolescencia.
Mientras continu el corso, y en Concordia se prolonga hasta horas
increbles, Nbel tendi incesantemente su brazo hacia adelante, tan
bien, que el puo de su camisa, desprendido, bailaba sobre la mano.
Al da siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se
reanudaba de noche con batalla de flores, Nbel agot en un cuarto de
hora cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la seora se rean,
volvindose a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de Nbel.
Este ech una mirada de desesperacin a sus canastas vacas; mas sobre
el almohadn del surrey quedaban an uno, un pobre ramo de
siemprevivas y jazmines del pas. Nbel salt con l por sobre la
rueda del surrey, dislocse casi un tobillo, y corriendo a la
victoria, jadeante, empapado en sudor y el entusiasmo a flor de ojos,
tendi el ramo a la joven. Ella busc atolondradamente otro, pero no
lo tena. Sus acompaantes se ran.
--Pero loca!--le dijo la madre, sealndole el pecho--ah tienes
uno!
El carruaje arrancaba al trote. Nbel, que haba descendido del
estribo, afligido, corri y alcanz el ramo que la joven le tenda,
con el cuerpo casi fuera del coche.
Nbel haba llegado tres das atrs de Buenos Aires, donde conclua su
bachillerato. Haba permanecido all siete aos, de modo que su
conocimiento de la sociedad actual de Concordia era mnimo. Deba
quedar an quince das en su ciudad natal, disfrutados en pleno
sosiego de alma, si no de cuerpo; y he ah que desde el segundo da
perda toda su serenidad. Pero en cambio qu encanto!
--Qu encanto!--se repeta pensando en aquel rayo de luz, flor ycarne femenina que haba llegado a l desde el carruaje. Se reconoca
real y profundamente deslumbrado--y enamorado, desde luego.
Y si ella lo quisiera!... Lo querra? Nbel, para dilucidarlo,
confiaba mucho ms que en el ramo de su pecho, en la precipitacin
aturdida con que la joven haba buscado algo para darle. Evocaba
claramente el brillo de sus ojos cuando lo vi llegar corriendo, la
inquieta espectativa con que lo esper, y--en otro orden, la morbidez
del joven pecho, al tenderle el ramo.
Y ahora, concludo! Ella se iba al da siguiente a Montevideo. Qu
le importaba lo dems, Concordia, sus amigos de antes, su mismo padre?
Por lo menos ira con ella hasta Buenos Aires.
Hicieron, efectivamente, el viaje juntos, y durante l, Nbel lleg al
ms alto grado de pasin que puede alcanzar un romntico muchacho de
18 aos, que se siente querido. La madre acogi el casi infantil
idilio con afable complacencia, y se rea a menudo al verlos, hablando
poco, sonriendo sin cesar, y mirndose infinitamente.
La despedida fu breve, pues Nbel no quiso perder el ltimo vestigio
de cordura que le quedaba, cortando su carrera tras ella.
Volveran a Concordia en el invierno, acaso una temporada. Ira l?
"Oh, no volver yo!" Y mientras Nbel se alejaba, tardo, por el
muelle, volvindose a cada momento, ella, de pecho sobre la borda, la
cabeza un poco baja, lo segua con los ojos, mientras en la planchada
los marineros levantaban los suyos risueos a aquel idilio--y al
vestido, corto an, de la tiernsima novia.
#Verano#
El 13 de junio Nbel volvi a Concordia, y aunque supo desde el primer
momento que Lidia estaba all, pas una semana sin inquietarse poco ni
mucho por ella. Cuatro meses son plazo sobrado para un relmpago depasin, y apenas si en el agua dormida de su alma, el ltimo
resplandor alcanzaba a rizar su amor propio. Senta, s, curiosidad de
verla. Pero un nimio incidente, punzando su vanidad, lo arrastr de
nuevo. El primer domingo, Nbel, como todo buen chico de pueblo,
esper en la esquina la salida de misa. Al fin, las ltimas acaso,
erguidas y mirando adelante, Lidia y su madre avanzaron por entre la
fila de muchachos.
Nbel, al verla de nuevo, sinti que sus ojos se dilataban para sorber
en toda su plenitud la figura bruscamente adorada. Esper con ansia
casi dolorosa el instante en que los ojos de ella, en un sbito
resplandor de dichosa sorpresa, lo reconoceran entre el grupo.
Pero pas, con su mirada fra fija adelante.
--Parece que no se acuerda ms de ti--le dijo un amigo, que a su lado
haba seguido el incidente.
--No mucho!--se sonri l.--Y es lstima, porque la chica me gustaba
en realidad.
Pero cuando estuvo solo se llor a s mismo su desgracia. Y ahora que
haba vuelto a verla! Cmo, cmo la haba querido siempre, l que
crea no acordarse ms! Y acabado! Pum, pum, pum!--repeta sin darse
cuenta, con la costumbre del chico.--Pum! todo concludo!
De golpe: Y si no me hubiera visto?... Claro! pero claro! Su rostro
se anim de nuevo, acogindose con plena conviccin a una probabilidad
como esa, profundamente razonable.
A las tres golpeaba en casa del doctor Arrizabalaga. Su idea era
elemental: consultara con cualquier msero pretexto al abogado, y
entretanto acaso la viera. Una sbita carrera por el patio respondi
al timbre, y Lidia, para detener el impulso, tuvo que cogerse
violentamente a la puerta vidriera. Vi a Nbel, lanz una
exclamacin, y ocultando con sus brazos la liviandad domstica de su
ropa, huy ms velozmente an.
Un instante despus la madre abra el consultorio, y acoga a suantiguo conocido con ms viva complacencia que cuatro meses atrs.
Nbel no caba en s de gozo, y como la seora no pareca inquietarse
por las preocupaciones jurdicas de Nbel, ste prefiri tambin un
milln de veces tal presencia a la del abogado.
Con todo, se hallaba sobre ascuas de una felicidad demasiado ardiente
y, como tena 18 aos, deseaba irse de una vez para gozar a solas, y
sin cortedad, su inmensa dicha.
--Tan pronto, ya!--le dijo la seora.--Espero que tendremos el gusto
de verlo otra vez... No es verdad?
--Oh, s, seora!
--En casa todos tendramos mucho placer... supongo que todos! Quiere
que consultemos?--se sonri con maternal burla.
--Oh, con toda el alma!--repuso Nbel.
--Lidia! Ven un momento! Hay aqu una persona a quien conoces.
Nbel haba sido visto ya por ella; pero no importaba.
Lidia lleg cuando l estaba de pie. Avanz a su encuentro, los ojos
centelleantes de dicha, y le tendi un gran ramo de violetas, con
adorable torpeza.
--Si a usted no le molesta--prosigui la madre--podra venir todos los
lunes... qu le parece?
--Que es muy poco, seora!--repuso el muchacho--Los viernes
tambin... me permite?
La seora se ech a reir.
--Qu apurado! Yo no s... veamos qu dice Lidia. Qu dices, Lidia?
La criatura, que no apartaba sus ojos rientes de Nbel, le dijo _s_!
en pleno rostro, puesto que a l deba su respuesta.
--Muy bien: entonces hasta el lunes, Nbel.
Nbel objet:
--No me permitira venir esta noche? Hoy es un da extraordinario...
--Bueno! Esta noche tambin! Acompalo, Lidia.
Pero Nbel, en loca necesidad de movimiento, se despidi all mismo, y
huy con su ramo cuyo cabo haba deshecho casi, y con el alma
proyectada al ltimo cielo de l