Los misterios de los venenos
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Description

¿Fueron envenenados Alejandro Magno, Cleopatra, Napoleón o Yasir Arafat? La historia de los venenos es larga y apasionante. El veneno está en nuestras creencias, religiones y mitologías. Se encuentra junto a los dioses, héroes y y seres que moran más allá de la razón. Pervive en el folclore y en las historias legendarias, y resiste el paso del tiempo. El uso de los venenos entre griegos y romanos era casi un juego de niños en comparación con la utilización que tuvo en la Edad Media y en el Renacimiento: brujas, magos y curanderos fueron, según los cazadores inquisitoriales, grandes conocedores de estas sustancias. Pero no nos engañemos: el veneno no es cosa del pasado. Tristemente sigue vigente en nuestros días. La diferencia es que hoy es más elaborado, selecto e incluso letal. Con este libro tendrá acceso a una historia, la de los venenos, compleja y apasionante, llena de misterios e intrigas; un cuarto de las maravillas donde pasará buenos ratos viajando en el tiempo y conociendo la vinculación de toda una inmensa galería de personajes (políticos, reyes, papas, sacerdotes…) con la ponzoña. n cuarto de las maravillas donde, cada vez que entre, tendrá acceso a un fragmento de la historia, siempre bien documentado; un gabinete de las curiosidades en el que no será peligroso permanecer y del que, seguramente, tendrá la sensación de irse acompañado cada vez que salga…

Sujets

Informations

Publié par
Date de parution 01 octobre 2012
Nombre de lectures 2
EAN13 9788431554040
Langue Español

Informations légales : prix de location à la page 0,0192€. Cette information est donnée uniquement à titre indicatif conformément à la législation en vigueur.

Extrait

LOS MISTERIOS
DE LOS VENENOS
Pedro Palao Pons






LOS MISTERIOS
DE LOS VENENOS
A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. DE VECCHI EDICIONES, S. A. U.


De Vecchi Ediciones participa en la plataforma digital zonaebooks.com
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Ilustraciones del interior cedidas por el autor (© Purestock y © Jupiterimages Corporation).
Diseño gráfico de la cubierta: © YES.
Fotografías de la cubierta: © Getty Images.


© De Vecchi Ediciones, S. A. 2012
Avda. Diagonal 519-521, 2º 08029 Barcelona
Depósito Legal: B. 25.426-2012
ISBN: 978-84-315-5404-0

Editorial De Vecchi, S. A. de C. V.
Nogal, 16 Col. Sta. María Ribera
06400 Delegación Cuauhtémoc
México


Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o trasmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de DE VECCHI EDICIONES.
INTRODUCCIÓN



La primera vez que cayó en mis manos un libro sobre venenos pensé que encontraría en él recetas, fórmulas secretas e historias truculentas que me hablarían de tormentos, tragedias, complots y, por supuesto, mil y una formas de provocar la muerte. Seguramente, fue el morbo el que dirigió mis manos por aquellas estanterías después de ver la palabra «venenos» escrita en rojo sangre. Sin embargo, el libro que abrí era un tratado que incluía botánica, farmacología, evaluaciones médicas sobre los principios de toxicidad, advertencias sobre síntomas, antídotos, etc. Mi ignorancia —no lo he dicho, pero no tendría más de 14 años— me inducía a pensar que el veneno era cosa de magia y no algo relacionado con las ciencias químicas.
Mediatizado por películas, novelas y leyendas urbanas, aunque entonces no se llamaban así, creía que el veneno sólo era una oscura herramienta al alcance de misteriosos alquimistas de otros tiempos. Con los años he podido constatar que aquella forma de ver el asunto es común incluso entre algunos adultos. Personas que, tras la evocación de la palabra veneno , se imaginan a Leonardo Da Vinci preparando alguna sopa envenenada para los Médici o visualizan al papa Borgia, uno de los grandes envenenadores de la historia, aplicando sigilosamente en la copa de uno de sus invitados un polvillo ponzoñoso que dejaba caer del interior de su anillo pontificio. Estoy seguro de que habrá también quien piense que el veneno no es más que esa «milagrosa sustancia» utilizada por sacerdotes, magos y chamanes para contactar con el más allá.
Sólo unos pocos serán capaces de borrar de su mente la imagen de Sócrates tomando su cicuta, la de Claudio con sus melocotones envenenados, o la de Napoleón sumergido en etílicas bañeras, para dar paso a algo mucho más global: el veneno ha estado, está y estará en todas partes. Lo que lo hace inocuo o letal es la cantidad que se ingiere.
Un veneno, término que a lo largo de esta obra veremos aparecer cientos de veces, contiene una o varias sustancias químicas de procedencia vegetal, animal o mineral, que han interactuado con el hombre a lo largo de toda su historia. Si tuviera que resumir en una idea el tema de este libro, diría que la historia de los venenos se solapa con la historia de la humanidad.
El veneno está en nuestras creencias, religiones y mitologías. Se encuentra junto a los dioses, héroes y seres que moran más allá de la razón. Pervive en el folclore, en las historias legendarias y resiste el paso del tiempo, superando los intentos de relegarlo al olvido, porque siempre, en todas las culturas y en todas las épocas, ha provocado trágicos accidentes. Aparece en nuestra historia más primitiva, no sé si en Atapuerca, pero seguro que cohabitando con la homínida Lucy, y también nos ha llegado como eco de las grandes culturas antiguas para castigar a quienes profanaban las tumbas egipcias.
Veneno son muchas de las sustancias que a veces, malévolamente o de forma terapéutica, revelan los Toxicon griegos, unos tratados botánicos y médicos que hoy conocemos gracias a la sabiduría volcada en ellos por personajes como Hipócrates o Dioscórides. La ponzoña revolotea por los triclinios propios de los ágapes romanos y luego traspasa lo gastronómico para asentarse en lo orgiástico a través de las libaciones en honor a Baco y en todas aquellas sustancias que Agripina la envenenadora, Calígula el desalmado o Locusta, auténtica maestra de las pócimas letales de su tiempo, usaron más para matar que para procurar alivio.
Pero ni los griegos ni los romanos fueron los únicos en catar las sustancias de lo prohibido, de la vida y de la muerte. El veneno también está presente en el mundo islámico, como bien nos lo recuerda Avicena, el gran maestro médico que, junto con Averroes, autor de un libro de venenos, y Maimónides, gran investigador de los antídotos, nos demuestra que el veneno, además de ser utilizado por la secta mística de los Asesinos, estaba a la orden del día en los países de la media luna. Y como no podía ser de otra manera, también encontramos el veneno en las cortes medievales, que heredaron de griegos y romanos la sabiduría de la ponzoña y acabaron por perfeccionarla de la mano de sus relaciones con la cultura islámica.
Podemos asegurar que la utilización del veneno entre griegos y romanos fue un juego de niños en comparación con el uso que tuvo en la Edad Media y en el Renacimiento. Ni Dios se libró de esta, y decimos Dios porque los tronos papales eran, de hecho, peligrosas sillas en las que a veces se inducía más al descanso eterno. Y es que el papa Borgia hizo del envenenamiento casi un arte. Envenenar era la forma más fácil, cómoda y discreta de poner en los brazos del Altísimo a un pontífice molesto, a un candidato peligroso o a un rey un tanto díscolo respecto a los objetivos papales. Eso sí, no nos engañemos, si hasta el representante de Dios envenenaba, en justa correspondencia el maligno no podía ser menos. Brujas, magos, curanderos y diablos de toda índole fueron, según los cazadores inquisitoriales, grandes conocedores de los venenos. Cierto es que las brujas medievales volaban rumbo al aquelarre frotando contra su piel el palo de sus escobas previamente ungido de alucinógenos. Pero de ahí a considerar que el veneno era exclusivamente satánico, hay un abismo.
También alquimistas y boticarios intentaron hallar lo oculto buscando, como hicieron Paracelso o Saint Germain, preparados magistrales de contenidos tóxicos que les permitieran obtener el conocimiento de aquello que estaba prohibido.
Seguramente aquellos alquimistas, hechiceros y primigenios inquisidores alimentaron o fueron el caldo de cultivo para que tras ellos, en el Renacimiento, el veneno fuera casi lo mismo que es la aspirina en nuestros días: algo muy común en todas las casas, la sustancia omnipresente y, la mayoría de las veces, silenciosa y discreta que servía para perpetuar el poder de jefes de Estado, acabar con enemigos, amantes indeseables y, cómo no, inspirar puntualmente la capacidad creativa de grandes pensadores de la época.
No sabemos si cuando Galileo, harto ya de tanto juicio, dijo aquello de «e pur si muove» lo hizo bajo los efectos del «acqua di Toffana» o tras comerse un «revoltillo» de mágicos hongos. Con o sin ellos, está claro que fue un genio. Lo que sí parece claro es que las sustancias que, según la dosis, eran consideradas tóxicas fueron de gran ayuda para muchos científicos y genios creativos del Renacimiento. Por supuesto, el tósigo no sólo no les dio la inteligencia, sino que, a veces, la embotó.
Pero debemos ir más lejos. Una cosa es el coqueteo o la experimentación con ciertos productos de carácter letal y otra conocer a fondo de dónde vienen, cómo se pueden usar, para qué sirven y, lo más relevante de todo, si dejan rastro.
Hasta mediados del siglo XIX la mayor parte de los venenos gozaron de impunidad. Se preparaban, administraban y en el periodo más o menos previsto generaban la que se llamó una dulce muerte: accidentes, indigestiones y asesinatos que con bastante frecuencia fueron confundidos con enfermedades de extraña procedencia. No era nuevo, ya se sabía perfectamente que existían venenos y envenenadores; no en vano la figura del catador era un oficio reconoci

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