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Description
Informations
Publié par | Mozaika Publications |
Date de parution | 11 février 2021 |
Nombre de lectures | 0 |
EAN13 | 9781631423628 |
Langue | Español |
Informations légales : prix de location à la page 0,0017€. Cette information est donnée uniquement à titre indicatif conformément à la législation en vigueur.
Extrait
Contactos Peligrosos
Las Crónicas de Krinar: Volumen 1
Anna Zaires
♠ Mozaika Publications ♠
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Extracto de Secuestrada
Sobre la autora
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, y situaciones narrados son producto de la imaginación del autor o están utilizados de forma ficticia y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, acontecimientos o lugares es pura coincidencia.
Copyright © 2018 Anna Zaires
www.annazaires.com/book-series/espanol/
Traducción de Isabel Peralta
Todos los derechos reservados.
Salvo para su uso en reseñas, queda expresamente prohibida la reproducción, distribución o difusión total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, sin contar con la autorización expresa de los titulares del copyright.
Publicado por Mozaika Publications, una marca de Mozaika LLC.
www.mozaikallc.com
Portada de Najla Qamber Designs
http://www.najlaqamberdesigns.com/
e ISBN-13: 978-1-63142-362-8
Print ISBN-13: 978-1-63142-363-5
Prólogo
Cinco años antes
—S r. presidente, todos le esperan.
El presidente de los Estados Unidos de América levantó la cabeza con desgana y cerró la carpeta que había en su mesa. Llevaba una semana durmiendo mal, con la mente preocupada por el deterioro de la situación en Oriente Medio, y por la debilidad sostenida de la economía. Aunque ningún presidente lo había tenido fácil, parecía que su mandato había estado marcado por una tarea imposible tras otra, y el estrés diario estaba empezando a hacer mella en su salud. Tomó nota mentalmente de pedirle al doctor que le hiciera un chequeo un poco más adelante, esa misma semana. El país no necesitaba a un gobernante enfermo y exhausto que sumar a todas sus demás calamidades.
El presidente se puso en pie, salió del Despacho Oval y se dirigió hacia la sala de reuniones del Gabinete de Crisis. Le habían informado antes de que la NASA había detectado algo inusual. Esperaba que no fuese nada más que un satélite descarriado, pero no parecía tratarse de eso, dada la urgencia con la cual el consejero de Seguridad Nacional había reclamado su presencia.
Saludó a sus asesores al entrar en la habitación y se sentó, esperando para escuchar qué hacía necesaria esta reunión.
El secretario de Defensa habló primero:
—Sr. presidente, hemos descubierto algo en la órbita de la Tierra que no debería estar allí. No sabemos de qué se trata, pero tenemos razones para pensar que podría ser una amenaza. Hizo un gesto hacia las imágenes que mostraban una de las seis pantallas que cubrían las paredes de la habitación—. Cómo puede ver, el objeto es grande, más grande que ninguno de nuestros satélites, pero parece haber salido de la nada. No hemos registrado ningún lanzamiento desde ninguna parte del mundo, y no hemos detectado nada aproximándose a la Tierra. Es sencillamente como si este objeto se hubiera materializado aquí hace unas horas.
La pantalla mostraba varias imágenes de una mancha borrosa contra un fondo oscuro y estrellado.
—¿Qué piensa la NASA que podría ser? —preguntó lentamente el presidente, intentando estudiar las posibilidades. Si los chinos hubieran inventado alguna nueva tecnología de satélites, se habrían enterado, y el programa espacial ruso ya no era lo que solía ser. La presencia de ese objeto simplemente no tenía ningún sentido.
—No lo saben —dijo el consejero de Seguridad Nacional—. No se parece a nada que hayan visto antes.
—¿No puede la NASA aventurarse a hacer al alguna suposición al menos?
—Saben que no se trata de ninguna clase de objeto astronómico.
Así que tenía que ser artificial. El presidente miró las imágenes con perplejidad, negándose a contemplar siquiera la extravagante idea que se le acababa de ocurrir. Volviéndose hacia el consejero, preguntó:
—¿Hemos hablado con los chinos? ¿Saben algo de esto?
El consejero abrió la boca para responder, cuando de repente los inundó un fogonazo de luz brillante. Cegado por un instante, el presidente parpadeó para poder ver con claridad... y se quedó paralizado, en shock.
Había un hombre justo delante de la pantalla que había estado mirando el presidente. Era alto y musculoso, con los ojos oscuros y el pelo negro, y su piel olivácea contrastaba con el color blanco de su ropa. Estaba allí tranquilo y relajado, como si no acabara de invadir el sanctasanctórum del gobierno de los Estados Unidos.
Los agentes del Servicio Secreto fueron los primeros en reaccionar, invadidos por el pánico, gritando y disparando al intruso. Antes de que el presidente pudiera pensar, se encontró aplastado contra una pared, con dos agentes formando un escudo humano sobre a su cuerpo.
—No hay ninguna necesidad de eso —dijo el intruso, con voz profunda y sonora—. No quiero hacerle ningún daño a vuestro presidente aunque, si quisiera, no podríais hacer nada para impedírmelo.
Hablaba en un perfecto inglés americano, sin ningún atisbo de acento. A pesar de que los disparos habían sido dirigidos directamente hacia él, parecía encontrarse totalmente ileso, y el presidente se dio cuenta de que las balas intactas yacían en el suelo a los pies del hombre.
Tan solo el haber manejado una crisis detrás de otra durante años permitió al presidente tener la capacidad de hacer lo que hizo a continuación.
—¿Quién es usted? —preguntó con voz firme, ignorando los efectos del terror y la adrenalina que le corrían por las venas.
El intruso sonrió.
—Mi nombre es Arus. Hemos decidido que ya es hora de que nuestras especies se conozcan.
Capítulo Uno
E l aire era fresco y limpio y Mia caminaba con paso firme por un serpenteante sendero de Central Park. Las señales de la primavera estaban presentes por todas partes, desde los diminutos brotes en los árboles todavía desnudos hasta la abundancia de niñeras que habían salido con los ruidosos pequeños a su cargo a disfrutar del primer día de buen tiempo.
Era raro cuánto había cambiado todo en los últimos años, y sin embargo lo mucho que permanecía igual. Si alguien le hubiera preguntado a Mia diez años antes cómo iba a ser la vida tras una invasión extraterrestre, esto no se habría acercado ni de lejos a lo ella se hubiera imaginado. Independence Day , La guerra de los mundos … ninguna de ellas se acercaba ni un poquito a la realidad de encontrarse con una civilización más avanzada. No había habido ninguna lucha, ni resistencia de ningún tipo a nivel gubernamental, porque ellos no lo habían permitido. Visto en retrospectiva, estaba claro lo tontas que habían sido aquellas películas. Las armas nucleares, los satélites, los aviones de combate... todas esas cosas eran poco más que palos y piedras para una antigua civilización que podía cruzar el universo a una velocidad mayor que la de la luz.
Al ver un banco vacío junto al lago, Mia se dirigió agradecida hacia él, sintiendo en sus hombros el peso de la mochila con su grueso portátil de doce años y varios libros en papel pasados de moda. A los 21, a veces se sentía vieja, fuera de lugar en ese vertiginoso nuevo mundo de tablets finas como cuchillas de afeitar y móviles integrados en relojes de pulsera. El ritmo del progreso de la tecnología no se había ralentizado desde el Día K; en todo caso, muchos de los nuevos dispositivos habían sido influenciados por lo que tenían los krinar. Aunque no era que los K hubieran compartido ni una migaja de su preciosa tecnología; por lo que a ellos respectaba, su pequeño experimento debía continuar sin interrupciones.
Mia abrió la bolsa y sacó su viejo Mac. El trasto era pesado y lento, pero funcionaba, y siendo una universitaria muerta de hambre, Mia no podía permitirse nada mejor. Entró con sus claves, abrió un nuevo documento de Word y se preparó para comenzar el doloroso proceso de escribir su ensayo de Sociología.
Diez minutos y exactamente cero palabras después, se detuvo. ¿A quién quería engañar? Si realmen
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