El titán de Wall Street
190 pages
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El titán de Wall Street , livre ebook

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Description

Un multimillonario que busca la esposa perfecta...



A los treinta y cinco, Marcus Carelli lo tiene todo: riqueza, poder y la clase de físico que deja a las mujeres sin aliento. Como multimillonario hecho a sí mismo, dirige uno de los mayores fondos de cobertura de Wall Street y es capaz de hundir a las compañías más importantes con una sola palabra. ¿Lo único que le falta? Una esposa que suponga un logro tan grande como los miles de millones de su cuenta bancaria.



Una loca de los gatos que necesita una cita...



A Emma Walsh, dependienta de una librería de veintiséis años, le han dicho que es la loca de los gatos y con motivos. Ella no está exactamente de acuerdo con esa afirmación, pero es difícil discutir los hechos. ¿Ropa harapienta cubierta de pelos de gato? Correcto. ¿Último corte de pelo profesional? Hace más de un año. Ah, y ¿tres gatos en un pequeño estudio de Brooklyn? Sí, también es el caso.



Y encima no, no ha tenido una cita desde... bueno, ni es capaz de recordarlo. Pero eso tiene solución. ¿No es precisamente para lo que sirven las webs de citas?



Un caso de confusión de identidad...



Una casamentera para la élite, una aplicación de citas, una confusión que lo cambia todo... Tal vez los opuestos se atraigan pero, ¿es posible que duren?

Informations

Publié par
Date de parution 11 février 2021
Nombre de lectures 4
EAN13 9781631425431
Langue Español

Informations légales : prix de location à la page 0,0017€. Cette information est donnée uniquement à titre indicatif conformément à la législation en vigueur.

Extrait

El titán de Wall Street
Una novela de la Zona Alfa


Anna Zaires

♠ Mozaika Publications ♠
Índice



Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52


Extracto de Secuestrada

Extracto de Contactos Peligrosos

Sobre la autora
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, y situaciones narrados son producto de la imaginación del autor o están utilizados de forma ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, acontecimientos o lugares es pura coincidencia.
Copyright © 2020 Anna Zaires
www.annazaires.com
Todos los derechos reservados.
Salvo para su uso en reseñas, queda expresamente prohibida la reproducción, distribución o difusión total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, sin contar con la autorización expresa de los titulares del copyright.
Publicado por Mozaika Publications, una marca de Mozaika LLC.
www.mozaikallc.com
Traducción de Isabel Peralta
Portada de Najla Qamber Designs
www.najlaqamberdesigns.com
Fotografía por Wander Aguiar
www.wanderbookclub.com
ISBN-13: 978-1-63142-543-1
Print ISBN-13: 978-1-63142-544-8
1

E mma
—… y entonces el veterinario dijo que el Sr. Bufidos no está listo para eso, y yo...
—Basta ya. —Kendall deja su té helado con tal fuerza sobre la mesa que la infusión de seis dólares se desborda del vaso. Agarrando su servilleta, recoge el líquido derramado y me clava los ojos desde el otro lado de sus crepes de trigo sarraceno a medio comer.
—¿Qué pasa? —Miro a mi mejor amiga, pestañeando.
—¿Eres consciente de que llevas la última media hora hablando del Señor Bufidos, Bola de algodón y la Reina Isabel? —Kendall se inclina hacia mí, entornando sus ojos color avellana—. Ha sido todo “gato por aquí, gato por allá, el veterinario esto...”
—Oh. —Sonrojándome, miro el reloj de la pared del local de brunches al que Kendall me ha arrastrado. Efectivamente, han pasado casi treinta minutos desde que llegamos aquí... y me he pasado todo ese tiempo sin cerrar la boca. Avergonzada, vuelvo a mirar a Kendall—. Perdona. No pretendía aburrirte.
—No, Emma. —Kendall me habla con un tono de exagerada paciencia, mientras se reclina en la silla echándose la melena lisa y oscura sobre el hombro—. No me has aburrido. Pero me has hecho darme cuenta de algo.
—¿Qué?
—Tu, mi amor, eres oficialmente una de esas locas de los gatos.
La miro boquiabierta.
—¿Qué?
—Pues sí. La auténtica y genuina loca de los gatos.
—¡No lo soy!
—¿No? —Ella arquea una ceja perfectamente delineada—. Repasemos los hechos, entonces. ¿Cuándo fue la última vez que alguien te arregló el pelo profesionalmente?
—Pues... —Tímidamente, doy unos tironcitos a la explosión de rizos rojos de mi cabeza—. ¿Tal vez hace un año más o menos?— Fue, de hecho, para la fiesta del veinticinco cumpleaños de Kendall, lo cual significa que han pasado al menos dieciocho meses desde que otra cosa que no haya sido un peine haya tocado mi encrespado desastre.
—Vale. —Kendall corta su crepe con la delicadeza de la Reina Isabel (mi gata, no la monarca británica). Después de masticar el siguiente bocado, dice:
—Y tu última cita fue… ¿cuándo?
Eso tengo que pararme a pensarlo de verdad.
—Hace dos meses —digo triunfante cuando por fin me viene el recuerdo a la mente. Corto un trozo de mi propia crepe, lo pincho con el tenedor y me lo meto en la boca, mientras murmuro—: Tampoco hace tanto tiempo.
—No —admite Kendall—. Pero estoy hablando de una cita de verdad, no de un café que te tomaste por lástima con tu vecino de sesenta años.
—Roger no tiene sesenta años. Como mucho, tiene cuarenta y nueve...
—Y tú tienes veintiséis. Fin de la historia. Ahora, no evites la pregunta. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una auténtica cita?
Levanto mi vaso de agua y me lo bebo de un trago mientras trato de recordar. Tengo que admitir que Kendall me ha pillado con esta.
—¿Puede que haga un año? —Aventuro, aunque estoy bastante segura de la fecha en cuestión... una ocasión menos que memorable, claramente, anterior a la fiesta de cumpleaños de Kendall.
—¿Un año? —Kendall tamborilea en la mesa con sus uñas pintadas de color gris topo—. ¿En serio, Emma? ¿Un año?
—¿Qué? —Tratando de ignorar el rubor que me sube por el cuello, me concentro en terminarme el resto de mi crepe de veintidós dólares—. Estoy ocupada.
—Con tus gatos —dice ella, mordaz—. Con los tres. Acéptalo: eres la loca de los gatos.
Levanto la vista del plato y pongo los ojos en blanco.
—Vale, si insistes, pues sí: soy la loca de los gatos.
—¿Y eso te parece bien? —Me lanza una mirada incrédula.
—¿Qué, debería estar desesperada y tirarme del puente de Brooklyn? —Me meto el último bocado de mi crepe en la boca. Todavía tengo hambre, pero no voy a pedir nada más de ese menú tan caro—. No es ningún crimen que me gusten los gatos.
—No, pero pasar todo tu tiempo libre limpiando cajas de arena mientras vives en la ciudad de Nueva York sí lo es. —Kendall aparta su propio plato vacío—. Estás en la mejor edad para atrapar a un hombre y no sales en absoluto.
Suelto un bufido de exasperación.
—Eso es porque sencillamente no tengo tiempo, y además, ¿quién dice que quiero atrapar a alguien? Estoy perfectamente bien sola.
—Dijo ella, repitiendo lo que se dicen a sí mismas todas las locas de los gatos. Honestamente, Emma, ¿cuándo fue la última vez que tuviste sexo con algo que no fuese tu vibrador?
Kendall no se molesta en bajar la voz mientras dice esto, y noto como mi cara se pone roja de nuevo cuando una pareja gay en la mesa de al lado nos mira y se ríe.
Afortunadamente, antes de que pueda responder, el bolso de Prada de Kendall se pone a vibrar.
—Oh. —Ella frunce el ceño mientras saca su teléfono y lee lo que dice su pantalla. Levantando la vista, le hace un gesto al camarero—. Me tengo que ir —dice disculpándose—. Mi jefe acaba de hacer un gran progreso con el diseño del vestido con el que ha tenido tantas dificultades, y necesita que le entregue algunos modelos, ya mismo.
—No te preocupes. —Estoy acostumbrada al trabajo impredecible de Kendall en la industria de la moda. Dejando caer mi tarjeta de débito, digo—: Nos pondremos al día pronto. —Y saco mi teléfono para ver el saldo de mi cuenta corriente.



La temperatura exterior está justo por encima del cero, y la estación de metro a la que he de ir, a unas diez manzanas de distancia del local del brunch. Aun así, camino porque a) a mis caderas les viene bien el ejercicio y b) no puedo permitirme hacer otra cosa. Esta salida ha agotado mi presupuesto del fin de semana hasta tal punto que tendré que dejar mi viaje al súper para el lunes. Ya le he dicho a Kendall que dejase de llevarme a sitios caros, pero tendría que haber sabido que para ella un brunch de veinticinco dólares no supone algo caro.
En la ciudad de Nueva York, eso es prácticamente gratis.
Para ser justos, Kendall no es consciente de lo ajustada que está mi economía. Mis pré

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