The Project Gutenberg EBook of Manfredo, by Lord ByronThis eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and withalmost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away orre-use it under the terms of the Project Gutenberg License includedwith this eBook or online at www.gutenberg.netTitle: Manfredo Drama en tres actosAuthor: Lord ByronRelease Date: January 24, 2004 [EBook #10821]Language: SpanishCharacter set encoding: ISO Latin-1*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MANFREDO ***Produced by Miranda van de Heijning, Paz Barrios and PG DistributedProofreaders. This file was produced from images generously madeavailable by gallica (Biblioth que nationale de France) athttp://gallica.bnf.fr.MANFREDO, DRAMA EN TRES ACTOS, Por Lord Byron.TRADUCCION CASTELLANA.En el cielo y en la tierra hay mil cosas que vuestros filosofos tampoco dudan. HORACIO.Paris, Librer a Americana, 1830. �PERSONAS.UN CAZADOR DE GAMUZAS.EL ABAD DE SAN MAURICIO.MANUEL.HERMAN.LA ENCANTADORA DE LOS ALPES.ARIMAN.NEMESIS.LOS DESTINOS.ESPIRITUS. La escena se representa en medio de los Alpes, unas veces en el castillo de Manfredo y otras en las monta as. �MANFREDO,Drama en tres actos.ACTO I, ESCENA PRIMERA. [Manfredo est solo en la galer a de un antiguo� � castillo. Es media noche.]MANFREDO.Mi l m�para va apagarse; por�mas que quiera reanimar su luzmoribunda; no podr durar tanto �tiempo ...
The Project Gutenberg EBook of Manfredo, by Lord Byron This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.net
Title: Manfredo Drama en tres actos Author: Lord Byron Release Date: January 24, 2004 [EBook #10821] Language: Spanish Character set encoding: ISO Latin-1 *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MANFREDO ***
Produced by Miranda van de Heijning, Paz Barrios and PG Distributed Proofreaders. This file was produced from images generously made available by gallica (Biblioth que nationale de France) at http://gallica.bnf.fr.
MANFREDO, DRAMA EN TRES ACTOS, Por Lord Byron. TRADUCCION CASTELLANA.
En el cielo y en la tierra hay mil cosas que vuestros filosofos tampoco dudan. HORACIO.
Paris, Librer�a Americana, 1830.
PERSONAS.
UN CAZADOR DE GAMUZAS. EL ABAD DE SAN MAURICIO.
MANUEL. HERMAN. LA ENCANTADORA DE LOS ALPES. ARIMAN. NEMESIS. LOS DESTINOS. ESPIRITUS.
La escena se representa en medio de los Alpes, unas veces en el castillo de Manfredo y otras en las monta�as.
MANFREDO, Drama en tres actos.
ACTO I, ESCENA PRIMERA. [Manfredo est�solo en la galer�a de un antiguo castillo. Es media noche.]
MANFREDO. Mi l�mpara va�apagarse; por mas que quiera reanimar su luz moribunda; no podr�durar tanto tiempo como mi desvelo. Si parece que duermo, no es el sue�o el que embarga mis sentidos y s�el descaecimiento que me causan una multitud de pensamientos que afligen mi alma y�los cuales no me es posible resistir. Mi corazon est�siempre desvelado y mis ojos no se cierran sino para dirigir sus miradas dentro de m�mismo; sin embargo estoy vivo, y segun mi forma y mi aspecto, me parezco�los otros hombres. �Ah!�el dolor deberia ser la escuela del sabio! Las penas son una ciencia, y los mas sabios son los que mas deben gemir sobre la fatal verdad. El�rbol de la ciencia no es el�rbol de la vida. Filosof�a, conocimientos humanos,
secretos maravillosos, sabidur�a mundana, todo lo he ensayado y mi esp�ritu puede abrazarlo todo, todo puedo someterlo�mi genio: �in�tiles estudios! He sido generoso y bienhechor, he encontrado la virtud aun entre los hombres ... �vana satisfaccion! He tenido enemigos; ninguno ha podido da�arme y varios han caido delante de m�: �in�tiles triunfos! El bien, el mal, la vida, el poder, las pasiones, todo lo que veo en los demas ha sido para m�como la lluvia sobre la�rida arena. Despues de aquella hora maldita... No conozco el terror, estoy condenado�no esperimentar nunca el temor natural, ni los latidos de un corazon que hacen palpitar el deseo, la esperanza�el amor de alguna cosa terrestre... Pongamos en pr�ctica mis operaciones m�gicas.
Seres misteriosos, esp�ritus del vasto universo, o vosotros�quienes he buscado en las tinieblas y en las regiones de la luz; vosotros que volais al rededor del globo y que habitais en las esencias mas sutiles; vosotros�quien las cimas inaccesibles de los montes, las profundidades de la tierra y del Oc�ano sirven muchas veces de retiro... Yo os llamo en nombre del encanto que me da el derecho de mandaros; �despertaos y apareced!
[Un momento de silencio.]
�No vienen todav�a!�bien! por la voz de aquel que es el primero entre vosotros; por la se�al que os hace temblar�todos; en nombre de aquel que no muere nunca ... despertaos y apareced....
[Un momento de silencio.]
Si es asi... Esp�ritus de la tierra y del aire no eludireis seguramente mis�rdenes. Por medio de un poder superior�todos los que acabo de servirme, por un hechizo irresistible nacido en un astro maldito, resto ardiente de un mundo que ya no existe, infierno errante en medio del eterno espacio; por la terrible maldicion que pesa sobre mi alma, por el pensamiento que tengo y que est��mi rededor, os requiero la obediencia: pareced.
[Aparece una estrella en el fondo oscuro de la galeria; es una estrella inm�vil, y una voz canta las palabras siguientes:]
PRIMER ESPIRITU. Mortal, d�cil�tus�rdenes, vengo de mi palacio situado sobre las nubes, formado de los vapores del crep�sculo y que colorea de p�rpura y de azul el disco del sol poniente. Aunque me est�privado el obedecerte, vuelo h�cia t�sobre el rayo de una estrella; he oido tus conjuros. Mortal,�que tus deseos se cumplan!
LA VOZ DEL SEGUNDO ESP�IRITU. El Monte-Blanco es el monarca de las monta�as; est�coronado desde muchos siglos con una diadema de nieve sobre su trono de rocas. Est�revestido con un manto de nubes: los bosques forman su ce�idor, tiene un avalange en sus manos como un rayo amenazador; pero espera mis�rdenes para dejarlo caer en el valle. La masa fria�inm�vil del hielo se va derritiendo todos los dias, pero soy yo quien le dice que precipite su marcha�que detenga sus t�mpanos. Yo soy el esp�ritu de estas monta�as, podria hacerlas estremecer hasta sus cimientos cavernosos...�Qu�es lo que quieres?
TERCER ESP�RITU. En las profundidades azuladas de los mares, en donde no hay nada que agite las olas, en donde nunca ha soplado el viento, en los parages que habita la serpiente marina, y en donde la sirena adorna con conchas su verde cabellera, la voz de tu invocacion ha resonado como la tempestad sobre la superficie de las aguas, el eco la ha repetido en mi pac�fico palacio de coral. Declara tus deseos al esp�ritu del Oc�ano.
CUARTO ESP�RITU. En los parages en donde duerme el terremoto sobre una cama de fuego, en los parages en donde hierven los lagos de betun, en las concavidades
subterr�neas que reciben las raices de estas cordilleras cuyas cumbres ambiciosas se pierden en las nubes, he oido los acentos m�gicos, y subyugado por su poder, he dejado los lugares en que he nacido para ponerme cerca de t�. Ordena, yo obedecer�.
QUINTO ESP�RITU.
Yo soy quien vuela sobre el aquilon y el que prepara las tormentas. La tempestad que he dejado detras de m�est�todav�a ardiendo con los fuegos de los truenos y de los rel�mpagos. Para llegar mas pronto en donde t�te hallas ha atravesado la tierra y los mares en un huracan. Un c�firo favorable hinchaba las velas de una flota que encontr�, pero estar�sepultada en las olas antes que aparezca la aurora.
SESTO ESP�RITU.
Mi morada es constantemente la oscuridad de la noche.�Porqu�tus conjuros me fuerzan�ver la odiosa claridad?
S�PTIMO ESP�RITU.
El astro que preside�tu destino estaba dirigido por m�desde antes que la tierra fuese creada. Nunca habia girado un planeta mas hermoso al rededor del sol: su curso era libre y regular, ningun astro mas ben�fico existia en el espacio. La hora fatal lleg�: este astro se convirti�en una masa de fuego, en un cometa vago que amenaz�al universo girando siempre por su propia fuerza, sin esfera y sin curso; horror brillante de las regiones�tereas, monstruo disforme entre las constelaciones del cielo. En cuanto�t�, nacido bajo su influencia; t�, gusano �quien yo obedezco y que desprecio, cediendo�un poder que no te pertenece, y que no te ha sido prestado sino para someterte algun dia al mio, vengo por un momento �reunirme�los esp�ritus d�biles que doblan aqu�su rodilla; vengo �hablar�un ser tal como t�.�Qu� me quieres pues, criatura de barro? �qu�me quieres?
LOS SIETE ESP�RITUS.
La tierra, el Oc�ano, el aire, la noche, las monta�as, los vientos y el astro de tu destino est�n�tus �rdenes. Hombre mortal, sus esp�ritus esperan tus deseos.�Qu�quieres de nosotros, hijo de los hombres? �qu�quieres?
MANFREDO.
El olvido.
EL PRIMER ESP�RITU.
�El olvido de qu�?
MANFREDO.
De lo que est�dentro de mi corazon. Leedlo, vos lo sabeis bien y yo no puedo esplicarlo.
EL ESP�RITU.
Nosotros no podemos darte sino lo que poseemos. P�denos vasallos, una corona, el trono del mundo� de uno de sus imperios; p�denos una se�al con la cual gobernar�s�los elementos que nos obedecen; habla, t�puedes obtenerlo todo.
MANFREDO.
El olvido;�el olvido de m�mismo! �No podreis encontrar lo que pido en las regiones secretas que me ofreceis tan liberalmente?
EL ESP�RITU.
Esto no existe en nuestra esencia, ni en nuestra sabidur�a; pero ... t� puedes morir.
MANFREDO.
�La muerte me lo conceder�?
EL ESP�RITU.
Nosotros somos inmortales, y no olvidamos nada, somos eternos, y para nosotros lo pasado y lo venidero
son como lo presente: ved nuestra respuesta.
MANFREDO.
Esto es burlarse de m�; pero el poder que os ha conducido�mi presencia os ha puesto bajo mi disposicion. Esclavos, no hay que hacer mofa de las voluntades de vuestro se�or. El alma, el esp�ritu, la chispa celeste, la luz de mi ser, tiene la misma brillantez y la misma penetracion que las vuestras, y no ceder�jamas aunque se halle encerrada en una prision de barro. Respondedme,� sino sabreis quien soy.
EL ESP�RITU.
Nosotros repetiremos las mismas palabras; lo que acabas de decir puede ser tambien nuestra respuesta.
MANFREDO.
Esplicaos.
EL ESP�RITU.
Si como t�dices, tu esencia es semejante�la nuestra, te hemos respondido, diciendo que lo que los hombres llaman la muerte no tiene ningun poder sobre nosotros.
MANFREDO.
Ser�pues en vano que os haya invocado en vuestras moradas; vosotros no quereis�no podeis socorrerme.
EL ESP�RITU.
Habla, te ofrecemos todo lo que poseemos: piensa bien en ello antes de despedirnos y pide.�Quieres un reino, el poder sobre los hombres, la fuerza, una larga serie de dias?
MANFREDO.
�Malditos seais!�qu�sacar�de una larga vida? la mia ya ha durado demasiado; desapareced.
EL ESP�RITU. Todav�a un momento; mientras que estamos aqu�quisieramos serte �tiles. Piensa bien en esto;�no hay algun otro don que pudieramos hallar digno de serte ofrecido?
MANFREDO. Ninguno: esperad sin embargo... Un momento antes de separarnos, quisiera veros cara�cara. Oigo vuestras voces, cuya dulzura melanc�lica se asemeja�las armon�as melodiosas en medio de un lago cristalino; veo la inm�vil claridad de una grande estrella, pero nada mas. Pareced�mi presencia tales como sois, uno despues de otro� todos juntos, pero en vuestra forma acostumbrada.
EL ESP�RITU. Nosotros no tenemos otra forma que la de los elementos de los que somos el alma y el principio; pero des�gnanos la forma que quieras, y ser�la que adoptaremos.
MANFREDO. Poco importa la forma; no hay ninguna sobre la tierra que sea hermosa �hedionda para m�: que aquel que entre vosotros est�dotado de mas poder, tome el aspecto que le convenga. Yo lo espero. [El s�ptimo Esp�ritu aparece bajo la figura de una hermosa muger.]
EL S�PTIMO ESP�RITU. Miradme.
MANFREDO. �O cielo!�ser�esto una ilusion? si t�no fueses un sue�o�una im�gen enga�osa�aun podria considerarme dichoso! te estrecharia entre mis brazos y aun podriamos... ( la _ muger desaparece ). Mi corazon se _ halla destrozado. [Manfredo cae desmayado, y una voz hace oir el canto que sigue.]
Cuando la luna brillar�en las regiones a�reas, el gusano fosf�rico en los c�spedes, el met�oro al rededor de las sepulturas y una llama rojiza sobre las lagunas; cuando aparecer�el rel�mpago repentino de las estrellas que caigan, cuando los buhos har�n oir sus tristes conciertos y las hojas permanecer�n inm�viles y silenciosas en el bosque que cubre la colina, mi alma pesar� sobre la tuya con fuerza y de una manera terrible.
Por profundo que sea tu sue�o tu esp�ritu no dormir�; hay algunas sombras que nunca se desvanecer�n para t�, y algunos pensamientos que nunca podras desterrar de tu corazon. Por un poder que te es desconocido, no podr�s nunca estar solo: este encanto secreto te envuelve como una mortaja, y es como una nube que te servir�de prision.
Aunque t�no me veas pasar por tu lado, tus ojos me reconocer�n como un objeto que no debe estar lejos, y que estaba cerca de t�habia muy poco. Cuando en este terror secreto volver�s la cabeza, quedar�s sorprendido de no verme con tu sombra sobre la tierra, y estar�s obligado�disimular el poder cuyos efectos esperimentar�s.
Las palabras m�gicas pronunciadas sobre tu cabeza han atraido all� una maldicion terrible, y uno de los esp�ritus a�reos te ha hecho caer en el lazo: en el soplido del viento habr�una voz que te privar�el alegrarte; la noche te negar�el silencio de las sombras, y no podr�s ver brillar el sol sin desear al momento el es del dia.
Yo he separado de tus l�grimas p�rfidas la esencia de un veneno mortal, he escogido la sangre mas negra de tu corazon, he arrancado �tu sonrisa la serpiente que se mantenia escondida en las arrugas de tu rostro, he tomado el hechizo que hacia tus labios tan peligrosos, he comparado todas estas ponzo�as �los venenos mas sutiles; los tuyos son aun mas temibles.
Por tu corazon de hierro y tu sonrisa de v�bora, por tus ardides fatales, por tus miradas enga�osas, por tu alma hip�crita, por tus artificios
seductores y tu falsa sensibilidad, por el placer que encuentras en el dolor de los otros, por la fraternidad con Cain, vengo�condenarte �que seas t�mismo tu infierno. Derramo sobre tu cabeza el licor m�gico que te destina�los tormentos que te preparo, el sue�o y la muerte estar�n sordos�tus deseos y �tus s�plicas; veras la muerte� tu lado para desearla y temerla. Pero ya tu decreto se cumple, y una cadena invisible te rodea con sus eslabones; mis palabras m�gicas producen su efecto: tu cabeza se turba y tu corazon est�pr�ximo� marchitarse.
ESCENA II. [El teatro representa el monte Jungfro; el dia da principio. Manfredo est�solo entre las rocas.]
MANFREDO. Los esp�ritus que habia invocado me abandonan, las ciencias m�gicas que habia estudiado me son in�tiles. Busco un remedio�mis males y no he hecho sino agriarlos: ceso de contar con el socorro de los esp�ritus; lo pasado no es de su resorte, y el porvenir ... hasta tanto que tambien est�sepultado en la noche de los tiempos, me causa muy poca inquietud.�O tierra en donde he nacido! aurora radiante, y vosotras altas monta�as�porqu�sois tan hermosas? Yo no puedo amaros. Y t�, antorcha brillante del universo, que estiendes tu luz sobre toda la naturaleza, y la haces temblar de gozo, t�no puedes lucir en mi helado corazon. Desde esta cima escarpada veo las orillas del torrente, los pinos magestuosos que la distancia los hace semejantes�los humildes arbustos; y cuando un solo movimiento bastaria para hacer pedazos mi cuerpo sobre esta cama de rocas, y para fijarlo en un eterno descanso, �por qu�razon estoy dudoso? Siento el deseo de precipitarme al pie de la monta�a y no me atrevo �ejecutarlo, veo el peligro y no pienso en huirle. Un v�rtigo se ha apoderado de mi vista, y sin embargo mis pies se mantienen inm�viles
y firmes. Un poder secreto me detiene y me condena�vivir�pesar mio, si es vivir el llevar un desierto �rido en mi corazon, y el ser yo mismo el sepulcro de mi alma, supuesto que no trato de justicar mis cr�menes�mis propios ojos: esta es la�ltima desgracia de los malos.
[Un�guila pasa sobre Manfredo.]
�O t�, reina de los aires, cuyo r�pido vuelo te remonta h�cia los cielos, que no te dignes caer sobre m�, para hacer presa de mi cad�ver, y alimentar con�l�tus hijuelos! Ya has atravesado el espacio en que podian seguirte mis ojos; y los tuyos pueden todav�a descubrir todos los objetos que estan sobre la tierra y en el aire...�Ah!�cu�ntos objetos dignos de admiracion ofrece este mundo visible!�cu�n grande es en sus causas y en sus efectos! pero nosotros que nos llamamos sus se�ores, nosotros, criaturas de barro y semidioses al mismo tiempo, incapaces de poder caer�un rango mas inferior, y tambien de elevarnos, escitamos una guerra continua entre los elementos diversos de nuestra doble esencia, respirando�un mismo tiempo la bajeza y el orgullo, estamos indecisos entre nuestras miserables necesidades y nuestros deseos soberbios, hasta el dia en que la muerte triunfa y en que el hombre viene�ser ... lo que no se atreve �confesar�s�mismo, ni�sus semejantes.
[Un pastor toca la flauta en un parage lejano.]
�Qu�dulce melod�a es el sonido natural de la zampo�a campestre! porque, en estos parages, la vida patriarcal no es ciertamente una f�bula de la edad de oro; el aire de la libertad no resuena aqu�sino en las armon�as de la flauta pastoral, y en el ruido sonoro de los cencerros del ganado que retoza en las colinas. �Mi alma est�hechizada con semejantes ecos!...�Qu�no sea yo el invisible esp�ritu de un sonido melodioso, de una voz viva, de una armon�a animada, qne nace y muere con el soplo que la produce!
[Llega un cazador de gamuzas que viene del pie de la monta�a.]