La facultad de sentir el bosque animado es propia de los espíritus mágicos, pero la magia es el principio de la ciencia. Pilar Coomonte, que está inscrita en el censo oficial de las hechiceras, dibuja la etapa primitiva del alma, tal vez el estado original de su encarnación cuando ella era una flor, una iguana, una liana, en el jardín de la inocencia. Una feminidad vegetal, aquella carne que se confunde con una raíz húmeda de la creación, un abrazo germinativo con la naturaleza: he ahí el trabajo de esta gran artista. La facultad de sentirlo todo vivo y comunicado entre sí, el agua, la tierra, el fuego, es un sentido original que sólo tienen los niños y los magos. No se trata de una religión, sino de una maravillosa experiencia sensitiva. Los magos y los niños pueden hablar con las cosas, sentirse traspasados por ellas. En este caso de Pilar Coomonte el más allá está en el fondo de la selva donde hierven los animales puros como ella y los árboles se hacen ánimas. Pilar Coomonte pinta esta situación primigenia y en este trabajo sólo se ve un abrazo, una especie de danza ritual entre la sangre y la savia. No importa que esos cuerpos parezcan semejantes a una mujer. En realidad las mujeres de Pilar Coomonte son frutos bellísimos, sus animales son espíritus interiores y sus plantas, raíces y hojas Son simples visualizaciones de su alma pura. Primero está el animismo y luego llega la magia que esconde ya el principio de causalidad donde se engendra la ciencia. Pero Pilar Coomonte no hace ciencia sino el mejor arte. Esta pintora tal vez sólo está interesada en desvelar el gran misterio de la naturaleza, en descubrir un ensalmo para recobrar la armonía y el arte. .