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CULTURA & POLÍTICA @ CIBERESPACIO. 1er Congreso ONLINE del Observatorio para la. CiberSociedad. Comunicaciones – Grupo 9. El ciberespacio, ¿un ...

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CULTURA & POLÍTICA @ CIBERESPACIO  1er Congreso ONLINE del Observatorio para la CiberSociedad  Comunicaciones  Grupo 9 El ciberespacio, ¿un nuevo campo social para las identidades colectivas?  Coordinación: Joan Mayans Planells y Ricard Faura Homedes ( faura@upf.es )   http://cibersociedad.rediris.es/congreso    Interacciones online/offline y visualidad en la construcción de comunidades en el ciberespacio: La asociación juvenil TEB y Ravalnet   
Aida Sánchez de Serdio Martín Universitat de Barcelona asanchez@trivium.gh.ub.es  
 
  Resumen One way of investigating the relationships between communities, their urban contexts, and information and communication technologies, without falling on the one hand into the rhetoric of the technological revolution or information society or on the other into a manichean distinction between reality and virtuality, is to study specific instances which by nature challenge these commonplaces. One such case can be found in the Civic Network of the Raval (Barcelona) which, in addition to its online existence, maintains close ties with various neighbourhood entities and associations, making an understanding of how it works as a community impossible without taking into account both its online and offline dimensions as equally real and engaged in a permanent process of construction.    1. PRESENTACIÓN  Con frecuencia se ha utilizado el desarrollo tecnológico como argumento para diversas políticas institucionales orientadas hacia la intervención en el espacio urbano. Barcelona está siendo testimonio de una de estas situaciones: el año pasado, la revista informativa que publica el Ayuntamiento de Barcelona titulaba uno de sus artículos «Amb el 22@, Barcelona al capdamunt de la revolució tecnològica» (Ajuntament de Barcelona, 2001). Según se afirma en el texto, El
Poble Nou es «el nou barri que ha permetre a Barcelona ser una ciutat líder en laprofitament de les oportunitats que ofereix la nova societat tecnològica i millorar la qualitat de vida dels ciutadans» (:6). En otros documentos institucionales, se recoge la misma voluntad, incorporando plenamente la retórica de la revolución tecnológica: «Barcelona ha estat sempre entre les ciutats capdavanteres de la Mediterrània, tant en letapa històrica de la revolució comercial com en la industrial. El segle XXI ens presenta la possibilitat d'ésser també entre les ciutats capdavanteres en làmbit de la nova revolució tecnològica, de la nova economia digital» (García-Bragado, 2001). Estas dos citas ofrecen una muestra del discurso institucional dominante sobre las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) como herramientas de progreso y de producción de riqueza. Sin embargo, parece que este llamamiento a la unificación de las voluntades ciudadanas y de las expectativas de futuro de Barcelona en torno a las tecnologías topa con discrepancias menos audibles pero persistentes. Las asociaciones vecinales y otros colectivos se han organizado para obligar a las administraciones a modificar al menos en parte los proyectos urbanísticos iniciales, de manera que se respete la historia y el tejido social y económico del barrio (Associació Afectats pel 22@, 2002).  Estas problemáticas acerca de la relación que debe establecerse entre políticas institucionales y asociacionismo ciudadano, evidencian la necesidad de construir un discurso que articule la relación entre comunidades, espacio urbano y TIC más allá de las versiones oficialistas-triunfalistas, que consideran a estas últimas no sólo como imperativo adaptativo sino como medio que conducirá indefectiblemente a la cohesión social definitiva del tejido urbano. Una forma de indagar con cautela en las posibilidades «reales» de estas tecnologías, y en su interrelación con las prácticas que se desarrollan en contextos urbanos específicos, es la realización de estudios de caso. Esta aproximación nos brinda la posibilidad de percibir la complejidad de las situaciones que se dan en el día a día de las comunidades, lo cual tiene como saludable consecuencia la proscripción de la retórica ambigua, hipotética, desencarnada, excesivamente general y homogeneizadora que caracteriza a los discursos oficiales. Un contexto favorable y fértil a la hora de desarrollar este tipo de discusión son las Redes Ciudadanas debido a que se encuentran en una posición a caballo entre la institucionalización y la gestión independiente por parte de asociaciones ciudadanas (Fernández, 2000), y además porque son un lugar privilegiado para la construcción de comunidades en el ciberespacio que mantienen una relación compleja con el espacio urbano (no limitadas por él pero tampoco completamente ajenas a él).  Por lo que respecta a la investigación sobre el uso de las TIC (permítaseme que deje para más adelante la discusión de este término, que ahora utilizo por pura comodidad), ésta parece distribuirse según dos corrientes generales. La primera de ellas considera la tecnología principalmente en relación con los contextos sociales en que tiene lugar su producción o consumo. Estas investigaciones, pues, se centran en las prácticas que en la «vida real» acompañan y articulan dichas actividades (Furlong, 1997; Mackay, 1997). La segunda corriente, desarrollada especialmente desde que fue posible la comunicación mediante los ordenadores, tiene en cuenta los rasgos distintivos de ésta, centrándose en los aspectos al parecer más específicos de esta supuesta nueva cultura que es la cibercultura. Desde esta perspectiva ha aparecido una creciente bibliografía sobre etnografía en Internet y sobre identidades virtuales (Baym, 1995; Turkle, 1997; Holmes, 1997; Chandler, 1998; Markham, 1998; Wellman y Gulia, 1999). Sin embargo, las perspectivas de otros autores como Miller y Slater (2000) nos pueden ser de ayuda a la hora de buscar una vía que no quede atrapada en divisiones apriorísticas o maniqueas entre «realidad» y «virtualidad», pero que al mismo tiempo considere «Internet como algo continuo e inserto en otros espacios sociales que se encuentran dentro de estructuras y relaciones sociales mundanas a las que pueden
transformar, pero de las que no pueden escapar huyendo hacia una especie de ciber-aislamiento encerrado en sí mismo» (Miller y Slater, 2000:5).  Ahora bien, una característica que sí suelen compartir la mayoría de las investigaciones consultadas es su énfasis en la dimensión textual de la comunicación mediada por ordenador (CMO). Si bien esta tendencia es comprensible debido a la naturaleza predominantemente escrita de la mayoría de las interacciones que tienen lugar en la CMO y a la procedencia académica de muchos de los investigadores, no deja de suponer el abandono de una parcela llamada a ser cada vez más importante con la mejora en la capacidad de transmisión y almacenamiento de datos: la imagen. Muchas veces ésta es considerada una frivolidad irrelevante, un ornamento o, en el mejor de los casos, una mera ilustración de la información textual. Sin embargo las imágenes colman Internet, no hay apenas interacción en el ciberespacio en la que no intervengan imágenes (Druckrey, 1996; Walker y Chaplin, 1997; Sturken y Cartwright, 2001) y los avances técnicos que está experimentando Internet van dirigidos en parte a aumentar la capacidad para transmitir documentos gráficos, fijos o en movimiento. Una investigación sobre la «visualidad» de las CMO resultaría un complemento enriquecedor de las que ya se han realizado y se realizan sobre su «textualidad», teniendo siempre en cuenta que la imagen no constituye una esfera separada de las prácticas sociales sino una parte integrante de las mismas.  Así pues, resumiendo lo dicho hasta ahora, el objetivo general del trabajo de investigación consiste en estudiar la emergencia de comunidades en el ciberespacio y el papel que en este proceso desempeñan las relaciones online y offline , así como las características específicas y las diferencias, si las hubiere, entre ambos tipos de socialidad. Por otro lado, a lo largo del estudio se prestará especial atención a la dimensión visual de las comunicaciones e interacciones que dan lugar la comunidad investigada.  He concebido la presente comunicación como un lugar de confluencia y como ejercicio de ordenación de una serie de problemáticas relacionadas con mi proyecto de tesis, que constituya una herramienta de diálogo con otras miradas (las vuestras). Es importante contar con foros en los que discutir la propia investigación, especialmente cuando, como es el caso, ésta se lleva a cabo desde un departamento (Dibujo) de una facultad (Bellas Artes) en la que la tradición en este tipo de estudios es escasa, aunque existan grupos de investigación y docencia que procuran hacer del arte y de lo visual en general un campo de estudio más allá de los factores puramente estéticos. 1 Las instituciones académicas tienen biografías complejas y son herederas de múltiples tradiciones a veces incompatibles entre sí. Quienes nos hemos educado en ellas no podemos escapar a esta multifrenia. Yo me formé dentro de una concepción educativa que separaba nítidamente el pensar del hacer, tanto de forma explícita como implícita. Cuando se cruza la frontera que en nuestro sistema universitario separa el sujeto discente del sujeto docente (e investigador), la tarea de reconstrucción intelectual es ingente. Y, en la mayor parte de los casos, conduce a ocupar un posición dislocada no sólo dentro del contexto académico de origen, sino también dentro de aquellos a los que nos acercamos por afinidad, especialmente en esta cultura académica nuestra que tanta importancia da a la licenciatura de procedencia. Sin embargo, esta excentricidad no comporta sólo desventajas; también puede dar lugar a aproximaciones híbridas, un tanto heterodoxas que, si se saben salvar los escollos que supone la falta de formación en el campo de llegada, pueden resultar enriquecedoras para la comunidad de debate e investigación en general. Así pues, la discusión que pueda establecer con la parte de esta comunidad que va a compartir este Congreso Online es bienvenida, además de necesaria.   
2. MARCO TEÓRICO  2.1. ¿Lo virtual?  Retomando el hilo que ha quedado suelto acerca de las TIC durante la presentación, es el momento de discutir cuestiones conceptuales como la denominación del campo. Buena parte de la definición del marco teórico de la investigación de tesis se ocupa de este tipo de cuestiones debido, sobre todo, a lo todavía reciente e inestable de la materia de estudio. Una de las primeras tareas a realizar al respecto consiste en reducir al mínimo los términos que favorezcan una concepción determinista del problema, es decir que lo formulen exclusivamente en términos de las «máquinas» que se emplean y de los cambios que éstas «causan» en las prácticas sociales. Por lo tanto, quedarían descartadas nociones como TIC o lugares comunes como la revolución informática o tecnológica, que he empleado en la introducción al presentar las visiones institucionales, las cuales echan mano frecuentemente de este vocabulario. Es discutible que la tecnología sea causa exclusiva de los cambios sociales (Hakken, 1999 a  y b ) y el término TIC sólo se refiere a un conjunto de máquinas y conexiones y no a las relaciones sociales que a través de ellas se establecen y que, al fin y al cabo, es lo que las ciencias sociales se ocupan de estudiar. Otros conceptos como CMO son más aptos, puesto que designan precisamente la comunicación e interacción social que tiene lugar mediante la tecnología.  Por otro lado, nos encontramos con el escollo de la virtualidad. Tras haber lidiado con este problema en la definición del marco teórico de la tesis, durante un tiempo creí haber llegado a una tregua al hablar de tecnologías de lo virtual por la capacidad que tiene Internet de construir realidades sin una existencia física localizable (Stone, 2000; Wilbur, 2000) o de albergar potencialidades: «el conjunto problemático, el nudo de tendencias o de fuerzas que acompañan a una situación» (Lévy, 1999:18). Posteriores lecturas demostraron lo precario de esta tregua: la tendencia dominante a considerar lo virtual simplemente como contrario a lo real y, por lo tanto, como lugar de escape, fantasía y autoengaño era demasiado acentuada. Además la definición como potencialidad de Lévy tal vez resultara demasiado amplia como para serme de ayuda en la investigación. Se hacía necesario salvar el obstáculo que esto representaba para la comprensión de lo estudiado como un lugar de interacción social tan «real» como cualquier otro. Siguiendo los planteamientos de Hakken, parece que el término ciberespacio es una forma útil de denominar el territorio investigado ya que «és la paraula que millor evoca el potencial transformador de la tecnologia informàtica sense obligar-nos a restringir-ne indegudament la nostra concepció i, al mateix temps, compta amb una acceptació popular considerable» (1999 b :32). Ahora bien, no hay decisión de este tipo que disipe todas las dudas: me pregunto hasta qué punto, como se desprende de sus reflexiones, esta noción designa «el conjunt de pràctiques culturals que shan creat en relació amb tots els usos de la tecnologia informàtica», es decir una cultura en su totalidad, o sólo «lespai nocional en el qual entren els que practiquen la comunicació mediata per ordinador» (:32).  La discusión no concluye aquí. Llamemos como llamemos al objeto de estudio, y le demos la «realidad» que le demos, existe todavía el debate acerca de qué relación se establece entre las prácticas que tienen lugar en el ciberespacio y las que se dan en otros lugares. Paul Virilo (1999) sostiene que «a causa de las tecnologías, estamos perdiendo el cuerpo propio en beneficio del cuerpo espectral, y el mundo propio en beneficio del mundo virtual. La cuestión que se plantea es la de recuperar el contacto» (:51). Sus advertencias, aunque en ocasiones lo parezca, no son las de un tecnófobo: «Si me paso un poco es porque casi nadie lo hace [...]. No estoy en absoluto en contra del progreso, pero somos imperdonables, después de las catástrofes ecológicas y éticas que hemos conocido [...], al habernos dejado
seducir por la especie de utopía que pretende hacernos creer que la técnica aportará finalmente la felicidad y un mayor sentido humano» (78-79). Sin creer necesario ya discutir esta noción de tecnología como panacea, pero partiendo de la defensa que hace Virilio de la distancia como dimensión necesaria para la construcción de la diferencia, el significado y, en definitiva, para el aprendizaje humano, Kevin Robins (1996 a ) retoma esta crítica del ciberespacio como búsqueda de una proximidad tecnológica que anule el «obstáculo» de la distancia geográfica. Concretamente su cuestionamiento se centra en la creencia de que mediante la telepresencia podemos eliminar toda mediación y encontrar un mundo legible y transparente (:5). Paradójicamente, este proceso sólo conduce a una alienación respecto del mundo real y a una negación de la alteridad que nos condena a relacionarnos sólo con aquello afín a nosotros, sumiéndonos así en el infantilismo.  En otro texto algo más esperanzador para la investigación sobre el ciberespacio, Robins (1999 b ) da a esta reflexión un carácter explícitamente político al sostener que «las instituciones que promueven y desarrollan las nuevas tecnologías están sólidamente instaladas en este mundo. Debemos darles sentido en los términos de sus realidades sociales y políticas, y es en este contexto donde debemos evaluar su significación. Viviendo en un mundo económicamente empobrecido y socialmente dividido como el nuestro, deberíamos recordar cuánta necesidad tenemos todavía de la política [...]. Si consideramos el ciberespacio y la realidad virtual desde este ángulo, podemos intentar resocializar y repolitizar aquello que ha sido planteado, en un sentido abstracto y filosófico, como la cuestión de la tecnología, así como lo que significa ser humano en el mundo de hoy» (:79). Por lo tanto, a la luz de esta reflexión, más que como un lugar de consenso, el ciberespacio debería ser considerado como un espacio para la diferencia y el conflicto, profundamente enraizado en los contextos reales en que emerge y a los que pone en diálogo.  La pregunta que se plantea una como investigadora es ¿cómo se pueden tener en cuenta los aspectos positivos de estas críticas, reconociendo a la vez la especificidad de las prácticas en el ciberespacio, sin establecer distinciones maniqueas entre el compromiso con una «realidad» políticamente consciente y la huida hedonista hacia el «ciberespacio» alienante? Un ejemplo de que este trabajo es posible lo encontramos en la investigación realizada por Miller y Slater (2000) acerca de el uso de Internet en Trinidad. Como los mismos autores plantean, si queremos estudiar las prácticas sociales en Internet, lo mejor es no empezar por ahí: «el hecho de que algunas personas traten algunas relaciones que tienen lugar en Internet como si fueran un mundo aparte del resto de sus vidas es algo que debe explicarse socialmente como un logro práctico más que como un punto de partida que se da por supuesto en la investigación. ¿Cómo, por qué y cuándo consideran el ciberespacio como algo separado? ¿Dónde y cuándo no lo hacen? [...]. Por lo tanto, más que empezar por lo virtual debemos empezar nuestra investigación dentro de la compleja experiencia etnográfica» (:5-6). Así, mientras que en Trinidad Internet no es un fenómeno particularmente «virtual», una investigación etnográfica realizada en otro contexto puede dar un resultado diferente. En cualquier caso, las aportaciones de estos autores por lo que respecta a la investigación sobre el ciberespacio consisten, en primer lugar, en la problematización la distinción real-virtual convirtiéndola en objeto de estudio y no en presupuesto y, en segundo lugar, en la defensa de la investigación etnográfica como forma de abordar esta problemática.   2.2. Comunidades en el ciberespacio  
Las posiciones respecto a las comunidades en el ciberespacio son diversas, aunque buena parte del debate sobre las mismas se ha centrado en su defensa en tanto que entidad social legítima y «real» (Baym, 1995; Holmes, 1997; Kollock y Smith, 1999; Wellman y Gulia, 1999). 2  Frecuentemente esta apología se ha basado en la presentación de las comunidades en el ciberespacio como algo potencialmente, cuando no efectivamente, positivo. En este sentido es ya un clásico citar la obra de Rheingold (1996), puesto que en ella encontramos la defensa de la comunidad virtual de un firme creyente en su capacidad para regenerar el tejido social democrático y para acercar «a los ciudadanos comunes a un costo relativamente pequeño poder intelectual, social, comercial y, lo más importante, poder político» (:19). Consciente de la posibilidad muy real de que el gran capital y la jerarquía política se apropien de la red, Rheingold hace un llamamiento para que entre todos construyamos el ciberespacio como ágora y no como panóptico (:31-32).  Efectivamente, la comunidad virtual e Internet han sido consideradas en ocasiones como una herramienta ideal para la acción política colectiva de los grupos sociales más desfavorecidos (Mele, 1999). Pero, por el contrario, otros autores abordan la comunidad virtual como algo problemático, que plantea dilemas políticos y éticos que ninguna «cibercháchara» puede ocultar. Ya hemos visto en el punto 2.1 la crítica de Robins a la comunidad virtual como Gemeinschaft en la que ya sólo nos relacionaríamos con lo igual, un sueño conservador en el que recuperaríamos una supuesta unidad primigenia perdida ahora por culpa de la «vida moderna». Este mismo problema es el que plantea Willson (1997) cuando critica con decisión la idea de comunidad como comunión realmente existente en la vida social, de la que la comunidad virtual sería un reflejo. Por el contrario, se pregunta hasta qué punto la comunidad virtual no fomenta la preocupación por uno mismo y no precisamente una hermandad entre los individuos. La afirmación no puede ser más clara: «Deberíamos repetir lo que ya se ha dicho: el distanciamiento que se da en los procesos desmaterializados ( disembodied ) de participación en una comunidad virtual no favorece una actividad política material ( embodied ), ni tampoco hace que se preste atención a la actividad política que tiene lugar fuera de dicha comunidad» (:158). Otras críticas de este tipo (Foster, 1997) sostienen más matizadamente que la tensión que se da en la comunidad virtual entre Gemeinshaft y Gesellshaft , es lo que la convierte en un espacio privilegiado para el estudio de la construcción de las esferas de lo privado y lo público, lo individual y lo colectivo. Finalmente, otro frente de críticas que se unen a éstas tiene que ver con lo relativamente limitado del impacto de las comunidades virtuales, sólo asequibles para la minoría de privilegiados que habitan el «suburbio digital» 3 , reduciendo así el alcance y significación del objeto de estudio (Lockard, 1997).  Retomando las mencionadas propuestas de Miller y Slater al hilo de esta discusión, es fundamental no dar por sentada la existencia de comunidades en el ciberespacio, puesto que entonces hacemos desaparecer el problema de estudio convirtiéndolo en un a priori. Si, según la expresión de estos autores, «no empezamos por ahí», podemos estudiar cuándo y mediante qué procesos un grupo de personas construyen una relación de pertenencia o un sentido de comunidad en diferentes ámbitos de su existencia (mediados por ordenador o no). Desde esta perspectiva también es posible tener en cuenta las críticas recogidas en el párrafo anterior, puesto que la discusión no se centraría en defender la bondad o siquiera la legitimidad de la comunidad en el ciberespacio, sino en problematizar su emergencia y significado para quienes participan en ella. Así, más que virtual, es probable que se trate de una experiencia muy real para sus miembros, y que esté entrelazada con muchas otras prácticas que llevan a cabo en otros contextos.  Como he mencionado en la presentación, un lugar en el que estudiar estas relaciones y procesos son las redes ciudadanas, por la particular relación que en ellas se establece entre contexto urbano y ciberespacio. Como podemos leer en la
propia presentación de la red ciudadana del barrio del Raval: «Una xarxa ciutadana és un ambient telemàtic que es proposa promoure i afavorir la comunicació, la cooperació, els intercanvis, l'organització i l'accés a les noves tecnologies de la informació a tots els ciutadans i ciutadanes i associacions que constitueixen una comunitat local i, alhora, obrir aquesta comunitat local a la comunicació via xarxa amb la resta del món». Y también: «Volem crear un portal virtual del barri del Raval que expressi la realitat quotidiana del barri, les activitats i projectes que es desenvolupen i que milloren dia a dia la situació del barri» (Ravalnet, 2002). Claramente se destaca el papel a la vez local y global que puede desempeñar una red ciudadana; local porque en todo momento se mantiene la relación con la comunidad urbana de la que emerge y global porque, a partir de esta radicación, se procura establecer relaciones con otras realidades sociales relevantes para dicha comunidad. La naturaleza híbrida de las redes ciudadanas las convierte en un lugar propicio para la realización de investigaciones que no establezcan una distinción real-virtual a priori, sino que, como sugieren Miller y Slater, se ocupen de estudiar sobre el terreno la construcción de tal diferencia (si es que existe) para los actores sociales que se mueven en él.   2.3. Lo visual  El interés por la dimensión visual de la CMO no viene determinado exclusivamente por mi formación académica, sino que tiene que ver sobre todo con la constatación de una ausencia en las investigaciones que se han producido en este campo. Muchos de los trabajos que se han hecho sobre el terreno (Turkle, 1997; Giese, 1998; Markham, 1998; Donath, Karahalios y Viégas, 1999) se ocupan sobre todo de los aspectos textuales de la CMO, lo cual es comprensible, puesto que buena parte de la interacción es escrita (chats, foros, listas de distribución, BBS), incluso cuando se describen elementos visuales o espaciales como en los MUD. En ocasiones, no obstante, es inevitable prestar atención al uso que se hace de la imagen en otros tipos de comunicación, como por ejemplo las páginas web personales, pero los pocos trabajos que he localizado (Cordone, 1998; Chandler,1998) son excesivamente breves y generalistas o no consideran la imagen como una dimensión significativa independiente y con recursos propios no siempre reductibles a los del lenguaje escrito. Y sin embargo, una búsqueda en Internet, nos muestra que existen páginas personales sustentadas casi exclusivamente en el uso de imágenes, 4  hecho que evidencia la autonomía significativa de este recurso. También podemos encontrar lugares dedicados al intercambio y discusión de imágenes que pueden dar una idea de la relevancia que éstas tienen para buena parte de los usuarios de Internet. 5   Es una evidencia percibida cotidianamente que el mundo en que vivimos está lleno de imágenes, que son un elemento clave en las formas en que representamos, damos sentido y nos comunicamos con el mundo que nos rodea. Como se ha dicho, estas imágenes nunca son enteramente reductibles a formulaciones lingüísticas, aunque lenguaje e imagen mantienen relaciones complejas mediante las cuales los significados se ven modificados al influirse mutuamente. Todo esto nos hace pensar que lo visual desempeña un papel específico y fundamental en nuestra sociedad, poder que produce a la vez fascinación e inquietud (Sturken y Cartwright, 2001). Pero a pesar de la ubicuidad de la imagen en nuestro mundo, todavía quedan preguntas que permanecen en el aire: «¿Qué son exactamente las imágenes? ¿Cuál es su relación con el lenguaje? ¿Cómo afectan a los observadores y al mundo? ¿Cómo debemos comprender su historia? ¿Qué podemos hacer con ellas?» La búsqueda de respuestas a estas preguntas nos lleva a concluir que la imagen no es un objeto cerrado en sí mismo, ni siquiera un conjunto de objetos, sino «una interacción compleja entre
visualidad 6 , aparatos, instituciones, cuerpos y figuraciones». (W. J. Mitchell, citado en Evans y Hall, 1999:4).  Así pues, como sugiere esta última referencia, el estudio de los elementos visuales de la CMO es sólo una parte de la investigación que hay que llevar a cabo. Por un lado, la reflexión más inmediata es que hay que pensar lo visual como algo que va más allá de la imagen bidimensional. Esto es algo que Emmison y Smith (2000) observan cuando dicen que el estudio de lo visual debería abarcar todos aquellos aspectos de la sociedad que percibimos y comprendemos predominantemente de forma visual, es decir la visualidad humana en sentido amplio. Por esto, a la hora de enfrentarnos a su estudio, proponen la siguiente ordenación en el índice de su manual: 1) datos visuales bidimensionales (imágenes, signos y representaciones); 2) datos visuales tridimensionales (escenarios, objetos e indicios); 3) datos visuales vividos (el entorno construido y sus usos); y 4) formas vivas de datos visuales: cuerpos, identidades e interacción. Una de las ventajas evidentes de esta clasificación (a pesar del aroma formalista que podamos percibir) es que amplía el campo de lo visual más allá de las manifestaciones tradicionales de la fotografía, el vídeo, el cine, la pintura, la escultura, las instalaciones, etc., para abarcar todas las dimensiones visuales de nuestra experiencia social. Ahora bien, tal vez porque es un libro dedicado a las metodologías visuales de investigación, no se plantea un problematización a fondo de los regímenes escópicos (Jay, 1988). 7    Pero también es necesario considerar el ciberespacio como un aparato que favorece ciertas clases de visualidad, que se han vinculado habitualmente con la espectacularidad, la simulación, y el voyeurismo (Druckrey, 1994; Robins, 1996 a ; Marzo, 1996; Virilio, 1999).La investigación debe tener en cuenta estas prevenciones pero, del mismo modo que con lo «virtual» o las comunidades en el ciberespacio, es importante estudiar cuándo y cómo se producen estos fenómenos y hasta que punto son éstos los únicos regímenes escópicos de la experiencia ciberespacial. Podría muy bien suceder que las relaciones sociales y el consumo de lo visual en el ciberespacio no estuvieran siempre marcadas por la alienación de una realidad que al parecer damos por supuesta, sino que todas las experiencias por igual, «ciber» o no, fueran fenómenos «reales» y sujetos a construcción simultáneamente.  En cualquier caso, urge construir una comprensión de los modos de visualidad que favorece la experiencia ciberespacial. En este sentido, la cuestión de la automatización de la mirada, la separación entre la producción de imágenes y la visión humana que fomentan las recnologías digitales, es un tema que ha preocupado a varios autores (Manovich, 1996; Cubitt, 1998). Pero aunque no lleguemos al extremo de anunciar las desaparición del observador humano, debemos reconocer que se está produciendo un proceso que Crary (1999:1) describe como «una reconfiguración de las relaciones entre el sujeto observador y los modos de representación que [...] anula la mayor parte de los significados culturalmente establecidos de observador y de representación ». Para comprender la naturaleza de esta reconfiguración, Crary propone reconstruir la historia de la «modernización de la visión» en relación con los cambios en los modos de representación que se materializan en tecnologías como la cámara oscura, la fotografía o el cinematógrafo, y que sólo se pueden comprender como ejemplo de «ciertas prácticas, técnicas, instituciones y procedimientos de subjetivación» (:5).  Ahora bien, el campo de lo visual no es de fácil definición y existe el riesgo constante de que, en busca de una dimensión específica para la imagen, lo visual y la visualidad, caigamos en su descontextualización y la aislemos del conjunto de prácticas sociales de que forma parte. Evans y Hall parecen conscientes de este riesgo cuando afirman en la introducción de su antología de textos sobre el campo
de estudio que ha dado en llamarse Cultura Visual: «Ya hemos expresado antes nuestra preocupación por cómo el estudio de las imágenes visuales se encuentra inmerso en afirmaciones frecuentemente insustanciales y metafísicas acerca de los desarrollos culturales contemporáneos, que operan bajo el estandarte de lo postmoderno, la simulación o incluso, más recientemente, la cultura prostética, [...] hasta el punto de que es muy posible que para muchos la noción de cultura visual se haya convertido en algo grandilocuente o incluso falaz» (:5). Por lo tanto, tampoco será posible estudiar la visualidad de las prácticas sociales sin comprender su incardinación en un entramado de relaciones de poder y sin una especificación del lugar (ideológico) en el que se coloca el sujeto para reflexionar, investigar o producir. 8  Omitir esta dimensión puede tener como consecuencia la frivolización del campo que señalan Evans y Hall. 9    3. LA LOCALIZACIÓN DEL CASO DE ESTUDIO  A la hora de señalar posibles líneas de investigación sobre el ciberespacio, Arturo Escobar (2000:63-68) identifica diversos dominios etnográficos que son útiles para situar la propia intervención. La investigación que me propongo realizar se encuentra a caballo entre dos de los cinco ámbitos que menciona Escobar, el primero de los cuales es próximo al trabajo realizado por Sherry Turkle (1984, 1997) acerca de «la producción de subjetividades que acompaña las nuevas tecnologías» y del «ordenador como objeto evocativo, un medio proyectivo para la construcción de una variedad de mundos privados y públicos» (Escobar, 2000:64). El segundo tiene que ver con la emergencia de comunidades mediadas por ordenador, para el cual señala diversas prioridades de investigación, como cuáles son los «métodos adecuados para el estudio de estas comunidades, incluyendo cuestiones acerca del trabajo de campo online  y offline , los límites del grupo a estudiar, interpretación y ética» (Escobar, 2000:64). También Hakken (1999 b :39-40) construye un mapa similar del campo de la etnografía del ciberespacio y propone tres niveles de estudio: las relaciones sociales íntimas, las relaciones sociales intermedias y las macrorrelaciones sociales. De nuevo, mi investigación se sitúa entre los ámbitos primero y segundo, es decir, entre la construcción identitaria individual y las relaciones interpersonales por un lado y las formaciones sociales más amplias, como las comunidades, por otro.  El interés de situar la investigación entre el nivel de lo personal y de lo colectivo es el de paliar en cierto modo el sesgo del trabajo de Turkle, centrado predominantemente en la esfera individual. Aun valorando la aportación que sus investigaciones han supuesto para el estudio de la subjetividad y la construcción identitaria en las CMO, la teórica feminista de la tecnología Judy Wajcman hace una crítica a mi juicio acertada de la discusión de Turkle acerca de las motivaciones personales de los hackers , que ella cifra en la necesidad de compensación por una falta de poder real: «Debido a que sus explicaciones sobre los hackers  son en su mayor parte psicoanalíticas, la noción de fracaso de Turkle es muy individualista y no presta atención al contexto social más amplio en el que los hackers  despliegan su actividad. En particular, se hace poca mención de hasta qué punto la raza, la clase o la edad intervienen en la construcción de lo que puede suponer el fracaso para un hombre» (:144). Efectivamente, en su trabajo se echa de menos una mayor problematización del contexto social en que realizó sus entrevistas y del que procedían sus entrevistados, carencia que presta a sus investigaciones el aire de ser el punto de encuentro de una privilegiada clase media que puede permitirse el lujo de simular identidades virtuales durante buena parte de su tiempo.  ¿Dónde es posible entonces localizar un terreno en el que estudiar simultáneamente la construcción de identidades individuales y grupales dentro del
marco de una comunidad firmemente inserta en un marco social específico; el papel que desempeñan las comunicaciones mediadas por ordenador y de otros tipos en dicha construcción; y la relación entre textualidad y visualidad que se da en dichas comunicaciones? Ya he mencionado que las redes ciudadanas suponen un contexto favorable para la investigación de la emergencia de comunidades en el ciberespacio de una manera socialmente contextualizada. Y, dado que se trataría de no limitar la tesis a las CMO, sino tener en cuenta la interacción de diversas clases de comunicaciones, era necesario localizar una comunidad que combinase una existencia online y offline . Con este objetivo en mente, di con la red ciudadana del Raval 10 y, dentro de ella, con la Associació per a Joves del Raval TEB, una de las muchas entidades y organizaciones que forman parte de la red ciudadana del Raval, y la que alberga físicamente la sede de la misma. En su dimensión de centro de barrio, esta asociación está dedicada además al trabajo con jóvenes con el fin de paliar situaciones de exclusión social mediante la educación en el tiempo de ocio y la orientación laboral. Buena parte de sus actividades se desarrollan en ámbitos como la producción videográfica, la confección de páginas web, o la producción radiofónica (además de otras actividades como la práctica del surf y la reparación de tablas, o la cooperación con organizaciones como SOS Racisme e Infància Viva-Meninos e Meninas da Rúa). Como colectivo que con estas actividades colabora en la producción del portal Ravalmedia de Ravalnet (el «portal mediático de Ravalnet», en sí mismo también digno de convertirse en objeto de estudio por lo que a mi tesis se refiere), el TEB se convierte en un lugar donde estudiar las relaciones online  y offline  que contribuyen a articular una comunidad, teniendo particularmente en cuenta la dimensión visual de esta comunicación.  En este sentido, las producciones que se realizan en el TEB/Ravalnet tienen un fuerte componente visual (reportajes fotográficos, vídeos, páginas web). En algunos casos incluso, la imagen se convierte en una forma privilegiada, cuando no única, de comunicación para los niños y niñas que todavía encuentran dificultades a la hora de expresarse verbalmente en castellano. Pero también son importantes elementos como la regulación de la visibilidad de los chicos y chicas de la asociación. El tipo de medios con que trabajan y el hecho de emplearlos para hacer públicos sus trabajos, por ejemplo fotográficos o videográficos (sin olvidar la atención de que han sido objeto por parte de los medios de comunicación locales), tiene como consecuencia la difusión de su imagen, lo cual hace necesario pedir la autorización expresa de los padres cada vez que un chico o chica se inscribe en el TEB. Todos estos aspectos, recogidos en apenas dos semanas de seguimiento regular de sus actividades, parecen confirmar la riqueza del objeto de estudio para la investigación centrada en la visualidad que me propongo realizar.  Ahora bien, establecer un contacto respetuoso con el grupo que se pretende estudiar es fundamental antes de abordar la investigación propiamente dicha, teniendo siempre en cuenta que todo el mundo tiene derecho a no ser investigado. Dada la naturaleza del grupo, no es posible «aterrizar» como alguien ajeno a su funcionamiento que busca un caso pintoresco para aumentar su prestigio académico, no sólo por lo poco ético de este proceder, sino porque es la mejor forma de percibir únicamente fenómenos superficiales que seremos incapaces de interpretar. Así pues, en los primeros contactos me he enfrentado a lo que supone entrar en un grupo cohesionado y con una larga trayectoria, desde la posición algo incómoda de observadora-participante. Sin tener una posición determinada en el funcionamiento del centro, debo intentar explicar a las personas que allí trabajan mis intenciones y calibrar mi margen de acción, lo que puedo y no puedo hacer. Al mismo tiempo, es necesario empezar a identificar dinámicas relevantes que puedan orientar los aspectos más específicos de mi investigación. Y todo ello en un marco complejo que mezcla elementos no siempre familiares para mí, como son la educación social y en tiempo de ocio, la inserción profesional, los servicios comunitarios, los proyectos culturales y las relaciones institucionales. Esto, que en
ocasiones puede resultar desazonador para un doctorando, debe verse como el rasgo positivo fundamental del caso, puesto que su complejidad va pareja a su riqueza e interés.   4. ALGUNAS CONCLUSIONES (PROVISIONALES)  Cuando Donna Haraway (1995) describía al ciborg como un nuevo mito político y blasfemo (:251) acerca la desaparición de las fronteras entre animales, humanos y máquinas, ahora todos conectados en redes de relaciones de producción que superan al individuo tal y como lo hemos conocido hasta ahora, señalaba que este nuevo híbrido podía suponer una liberación del dualismo propio del pensamiento patriarcal y capitalista occidental, la cual nos permitiría perder el miedo a «las identidades permanentemente parciales y los puntos de vista contradictorios» (:263). Sin embargo, desde otra perspectiva, el ciborg podía ser también «la última imposición de un sistema de control en el planeta» (:263). En su libro Digital Aesthetics (1998), Sean Cubitt realiza una crítica de esta cara oscura del mito, a la que llama ciborg corporativo ( corporate cyborg ), desde la óptica de la producción cultural dominada por los grandes conglomerados empresariales. Según Cubitt, el ciborg corporativo es «el ciborg que realmente existe, puesto que la corporación no es un conjunto de personas sino un conjunto-máquina, una concatenación organizada de información, maquinaria, discursos y prácticas, una estructura de procesamiento masiva cuyos empleados y consumidores son sus biochips» (:133). Así pues, las personas hemos desarrollado una subjetividad-red ( network subjectivity ) (:122) según la cual supeditamos nuestra identidad, y en ocasiones nuestra propia vida, a los intereses de esta red a la vez sobrehumana e infrahumana per la que circulan valores, signos y riqueza: «La corporación sinérgica, haga lo que haga además, es una industria de la conciencia. Produzca lo que produzca además, produce identidad, principalmente identidad de marca; pero en el proceso también crea una personalidad sinérgica, una conciencia corporativa» (:135). Al parecer de Cubitt, las críticas, de corte anarquista según su terminología, que sitúan el origen de estas dinámicas en el plano del control estatal, están equivocadas en la medida en que la propuesta que oponen, una comunidad anárquica y fluida de «consumidores perfectamente informados» (:132), es del todo compatible con la estructura también flexible y en red de las corporaciones contemporáneas. De este modo, toda propuesta individualista que no tenga en cuenta «las conexiones con las otras configuraciones turbulentas de lo social» (:133) queda reabsorbida automáticamente por la lógica del mercado, que ya hace tiempo que ha superado los límites del estado (:134).  La posibilidad de escape de esta situación, o de cortocircuitar el bucle que retroalimenta constantemente al ciborg corporativo, podemos encontrarla según Cubitt en las prácticas amateur 11  caracterizadas por la ruptura con lo más característico de la producción corporativa, esto es la coherencia, la compleción y la autonomía: «La estética digital necesita aportar algo que sea más interesante que los sites corporativos y actuar críticamente para señalar su suavidad insidiosa y sus ambiciones globales. En lugar de una subversión de lo dominante, que es una estrategia inadecuada, es esencial imaginar una obra sin coherencia, sin compleción y sin autonomía. Tal obra, no obstante, debe ser capaz de alcanzar la escala de la cultura ciborg, una escala más allá del individuo y fuera del reino del sujeto hiperindividualizado» (:142-143). Una crítica que se puede hacer a esta propuesta es, como el propio autor señala, que muchas producciones amateur no escapan al poder hegemónico de las grandes corporaciones, sino que, todo lo contrario, son su más fieles servidoras. 12  Ahora bien, el tipo de mirada sobre las intervenciones amateur de que habla Cubitt es muy específica y está ligada a la tradición del anonimato, la colaboración entre iguales y la dispersión. Según Cubitt,
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