Virtualmente Duro
199 pages
Español

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Virtualmente Duro , livre ebook

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Description

Es una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero que esté en posesión de vello facial ha de sentir la necesidad de afeitarse. Y de asearse. Y de tener una cita falsa.

Me llamo Holly Hyman. Amo el orden y los números primos... y estoy en apuros. La empresa para la que trabajo está cambiando de rumbo, y es un rumbo que a mí no me gusta. ¿Nuestros nuevos gerentes? Alex Chortsky, un diablo guapísimo y desaliñado. ¿Nuestra nueva dirección? Entretenimiento en realidad virtual, del tipo picante.

Tal vez eso no me importaría tanto si el trabajo de toda mi vida no estuviese destinado a los niños. O si no me hubiese liado por accidente con una versión virtual de mi extremadamente guapo jefe.

La única forma de salvar el proyecto de mis sueños es hacer un pacto como el de Fausto: por una noche, fingiré ser la novia de Alex Chortsky.

¿Qué podría salir mal?

NOTA: Esta es una comedia romántica atrevida, a fuego lento, que se puede leer de forma independiente, con una heroína poco convencional, friki y anglófila, un ardientemente sexy héroe ruso y un enorme y revoltoso cachorro. Si hay algo de todo esto que no sea lo tuyo, sal corriendo ahora mismo. Si decides quedarte, abróchate el cinturón y prepárate para un viaje lleno de carcajadas y que hará que te sientas muy bien.

Sujets

Informations

Publié par
Date de parution 12 mai 2022
Nombre de lectures 0
EAN13 9781631427664
Langue Español

Informations légales : prix de location à la page 0,0300€. Cette information est donnée uniquement à titre indicatif conformément à la législation en vigueur.

Extrait

VIRTUALMENTE DURO


MISHA BELL

♠ Mozaika Publications ♠
Índice



Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Epílogo


Extracto de Hard Ware - Diseñado duro

Extracto de El titán de Wall Street de Anna Zaires

Sobre la autora
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, y situaciones narrados son producto de la imaginación del autor o están utilizados de forma ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, acontecimientos o lugares es pura coincidencia.


Copyright © 2022 Misha Bell
www.mishabell.com/es/


Todos los derechos reservados.


Salvo para su uso en reseñas, queda expresamente prohibida la reproducción, distribución o difusión total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, sin contar con la autorización expresa de los titulares del copyright.


Publicado por Mozaika Publications, una marca de Mozaika LLC.
www.mozaikallc.com


Traducción de Isabel Peralta


Portada de Najla Qamber Designs
www.najlaqamberdesigns.com


Fotografía por Wander Aguiar
www.wanderbookclub.com


ISBN-13:978-1-63142-766-4
Print ISBN-13: 978-1-63142-767-1
Capítulo Uno

—El Diablo está a punto de convertir el trabajo de toda mi vida en porno. —Le dirijo a mi gemela una mirada de súplica—. Tienes que enseñarme a forzar cerraduras.
Gia me mira y parpadea sorprendida.
—Por las pelotas de Houdini, ¿de qué narices hablas?
—Forzar cerraduras. Enseñarme.
Ella sacude la cabeza, como si intentara aclararse las ideas, y luego abre un poco más la puerta.
—Pasa y cuéntamelo todo.
—Vale. —Por respeto a la germofobia de mi hermana, me salto los abrazos y los besos y entro con cautela en la casa de piedra rojiza que ella comparte con algo así como un millón de compañeros. Ella me conduce a su habitación, y mientras vamos hasta allí, yo lucho contra la tentación de ocuparme del caos que me rodea por todas partes.
—Siéntate. —Señala una silla en la esquina, junto a un maniquí.
¿Es que está chalada? Esa silla es de las de cuatro patas: de la peor clase. Prefiero las sillas de oficina, porque suelen tener cinco patas, o los taburetes de bar, porque suelen tener una o tres. ¿Qué le parecería a ella si yo le pidiese que lamiera una de las barras del metro?
Una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios pintados de oscuro.
—Perdona. No tiene un número primo de patas. ¿En que estaría pensando? Tu cerebro podría haber estallado.
Mientras oculto una mueca de exasperación, paso junto a la baraja de cartas y el resto de parafernalia de prestidigitador que hay esparcida por todas las superficies y no me detengo hasta que llego a un puf, que no tiene patas.
—¿Te importa?
Gia se encoge de hombros, saca una baraja de cartas de su bolsillo y me la da con la punta de los dedos.
—¿Te sentirías más a gusto si te diera este mazo para que lo organizaras?
Dejándome caer en el puf, miro la baraja con ojos entornados.
—¿Cincuenta y dos?
Suspirando, ella tira uno de los naipes en un escritorio cercano... como si no estuviese ya lo bastante revuelto.
—Ahora, cincuenta y uno.
—El cincuenta y uno no es un número primo.
Ella mira detenidamente la baraja.
—¿Ah, no?
—Tres por diecisiete son cincuenta y uno. ¿Cómo pudiste pasar de cuarto de primaria?
—Probablemente nos intercambiásemos para que tú clavases mi examen de mates. —Deja cuatro cartas más sobre la mesa—. ¿Cuarenta y siete suena mejor?
—Gracias. —Cojo los naipes con cuidado... ¡que Dios no permita que mis microbios rocen a su higiénica majestad!—. ¿Qué querrías que te explicara antes de enseñarme?
—Empieza por lo del trabajo de toda tu vida. —Ella se sienta en la abominación con número de patas inadecuado—. No sabía que tuvieses ninguno. ¿Es la cosa esa de la mascota virtual que siempre me estás enseñando?
—Más o menos. —Comienzo a ordenar las cartas, obviamente de la forma más lógica: las que son números primos delante, y las otras detrás—. No he tenido ocasión de contártelo hasta ahora, pero he estado trabajando con el área pediátrica del Hospital Langone de la NYU. Si llega a sus oídos que tengo algo que ver con la pornografía...
—Rebobina. ¿Cómo que has estado trabajando con ellos?
—He estado haciendo pruebas preliminares para usar mi proyecto de la mascota de realidad virtual como terapia para niños que han de estar ingresados durante un largo período de tiempo. —Levanto la vista de mi tarea clasificadora y me encuentro con una cara idéntica a la que veo en el espejo todos los días: ovalada, de pómulos marcados, con una nariz con personalidad y unos ojos grandes y azules. Por supuesto, a diferencia de mi artística hermana, yo llevo el pelo en su tono rubio rojizo natural, mientras que ella ha teñido el suyo un tono un punto más oscuro que el de un agujero negro. Yo tampoco uso tanto maquillaje como ella. Sus ojos llevan unas sombras tan oscuras que harían enamorarse perdidamente a cualquier mapache, y su base de maquillaje es tan pálida que valdría para que la usara una geisha-vampiro—. La idea es reducir el nivel de dolor y ansiedad de los niños —prosigo, mientras ella asiente con gesto de aprobación.
—No está nada mal para ser el trabajo de toda tu vida. Pero, ¿dónde encaja el porno del diablo en todo eso?
Yo dirijo una mirada hacia el desorden que me rodea.
—¿Te importa?
Gia suelta un suspiro.
—Si eso hace que me lo cuentes antes, adelante.
Levantarme y ponerme a ordenar me calma lo suficiente como para que pueda articular mis pensamientos.
—Tampoco te lo había contado, pero mi empresa se metió en problemas financieros hace algún tiempo, y el Grupo Morfeo nos ha comprado.
Ella arruga la nariz.
—Jamás he oído hablar de ellos.
Cojo un sombrero de copa de esos de los que podría saltar el conejo de un mago… aunque no es que Gia se fuese a arriesgar a tocar algo capaz de comerse sus propias heces.
—Yo tampoco, hasta que nos adquirieron. Creo que se formó justo antes de que se hicieran con nosotros. —Pongo el sombrero al lado de una diadema de Gia, designando mentalmente el lugar como accesorios para la cabeza —. Al principio, nos pidieron las especificaciones de nuestros visores y guantes de realidad virtual y desaparecieron, dejándonos a lo nuestro, como si nada hubiese cambiado. Pero acabamos de enterarnos de que planean integrar los visores y los guantes en un traje especial que han creado, uno destinado a hacer que todo el cuerpo sienta cosas dentro de la realidad virtual.
Ella parece intrigada.
—Que sienta cosas… O sea: ¿cosas sexuales?
—Eso es lo que dicen los rumores de la oficina. —Cojo algo que parece un pulgar falso y lo coloco en un estante junto a sus guantes, designando el lugar como perteneciente a apéndices.
—Mmm. —Se rasca la barbilla—. Sexo por realidad virtual. Cero gérmenes. Cero contacto físico. Cero complicaciones. ¿Cómo puedo conseguir uno de esos trajes?
—Deberías ligarte a un hombre de carne y hueso —digo, y me arrepiento al instante... lo último que quiero es sonar como mamá.
Gia arquea sus cejas oscuras e imita el acento británico del que yo tuve que deshacerme después de estudiar en el extranjero.
—Como dirían en tu amada Inglaterra, eso es como si la sartén llamase negro al cazo.
Tiene razón. No soy ninguna experta en la que se refiere a los hombres ni al sexo... mi única relación real fue con un tío que al final resultó ser gay.
Me ha debido de cambiar la cara porque ella añade:
—Lo siento, Holly. No tenía la intención de sacarte eso. Lo próximo será que me ponga en modo Octomamá total y te diga cuánto deberías estar deseando tener «una comunión sexual».
Yo me estremezco. Odio el apodo que ella usa para nuestra madre. Sin tener en cuenta lo de respetar a nuestros mayores, sencillamente no es exacto. Mamá nos tuvo a nosotras dos, y luego a nuestras hermanas, las sextillizas. Un alias adecuado sería o bien Bimamá ¿O sería mejor Duomamá? O puede que Hexamamá... aunque, lo sé, ninguno de esos suena genial tampoco. Por supuesto, si he de ser honesta, la razón principal por la que no me gusta el prefijo octo es que me recuerda a que somos ocho hermanas en lugar de ser algún otro número más normal, como siete, cinco u once.
—«Lo que necesitas es un poquito de amor a la vieja usanza» —está diciendo Gia con su mejor imitación de la voz de contralto de mamá cuando vuelvo a la tierra y a escucharla.
Sonriente, hago mi propia versión de nuestra bochornosa unidad parental.
—Los orgasmos reducen el estrés, curan el insomnio, alivian el dolor, te hacen vivir más tiempo, estimulan tu cerebro, te mantienen más joven... Ah, y pueden lograr la paz mundial.
¿Se habrá dado cuenta de que he puesto siete cosas en esta lista?
Gia se estremece.
—No olvides lo útiles que son los orgasmos cuando uno está intentando dejar preñada a una cerda.
Aj, sí. Aunque yo no soy tan aprensiva como Gia, también me estoy traumatizada por las anécdotas cargadas de falsa modestia de mamá sobre sus habilidades de cría de ganado. Una vez, ella nos dijo que había conseguido que Petunia, una cerdita que era como una mascota para nosotras cuando éramos pequeñas, llegase al orgasmo durante una sesión de inseminación artificial. En serio. No, no es la imagen que quieres te venga a la mente cada vez que ves una loncha de beicon.
Al darme cuenta de que

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