La  Agonia
65 pages
Español

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Description

Oh, que' tremendous dolor!
Que arruina la vida mia,
Y aumenta asi mi agonia,
En ominoso terror.
El dios Eros es el autor,
De mis noches de desvelo,
Y siento que se quiebra el cielo,
Sin ninguna orientacion,
Y tengo la conviccion,
De que no existe el consuelo.

Sujets

Informations

Publié par
Date de parution 17 mars 2023
Nombre de lectures 0
EAN13 9781506549767
Langue Español

Informations légales : prix de location à la page 0,0200€. Cette information est donnée uniquement à titre indicatif conformément à la législation en vigueur.

Extrait

LA AGONIA
 
 
 
 
 
 
ISIDRO DUARTE OTERON
 
 
Copyright © 2023 por Isidro Duarte Oteron.

Library of Congress Control Number:
           2023901810
ISBN:
Tapa Blanda
978-1-5065-4975-0

Libro Electrónico
978-1-5065-4976-7
 
 
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
 
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
 
 
 
Fecha de revisión: 10/04/2023
 
 
 
 
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
850489
 
¡Oh, Eros, oh, Eros! Desventurado niño que todo el tiempo vagas de un lado a otro sin rumbo fijo, ciego, hambriento, y desnudo como un duende temblando. Te ufanas jactancioso de ser hijo primogenito de la unión clandestina de tu madre Afrodita con Ares, el dios de la guerra. Un ayuntamiento ilegal, infiel, y desleal. Eres por tanto, fruto agrio de un adulterio inconcebible. De ahí que seas tan malvado y cruel con la voluntad ajena.
No tienes ninguna piedad con los que sufren por amor, de aquellos que pasan noches enteras en vela aguardando por el retorno de la ingrata que se fue; por el contrario, te burlas y gozas del padecimiento humano. Te diviertes a tus anchas en lanzar esos deletéreos dardos que siempre dan en la diana.
¿Yo todavia no puedo comprender como siendo tu’ ciego, no yerras el tiro? … ¿Acaso algún otro dios maligno que no conocemos, te socorre en tal agencia?
Yo me pregunto pues, ¿de que’ te vanaglorias entonces si, lo único que sabes hacer es dano?.. ¿cuantos desgraciados no han descendido al Orco por tu culpa?... Otros yacen tirados como guiñapos humanos en posición decúbito en los sucios rincones de los callejones sin salidas ebrios de vino y de la cruel agonia que los embarga.
¿O sera’ verdad lo que murmuran por ahí de que existe un no se’ que de encanto en la maldad?... De ser así, ¿Por qué el largo vidente Zeus que todo lo atisba desde su atalaya, no te obstruye de perpetrar el mal?... ¿O sera’ pues que él es mucho mas endeble que tu’?
Como quiera, te ruego de favor que te alejes de mi, y regresa pronto a la choza del poeta Anacreonte, y endilgar le en el medio de su pecho, una flecha de doble filo para que no cese de pronunciar esos elocuentes versos.
ÍNDIC E
Capitulo I
Capitulo II
Capitulo III
Capitulo IV
Capitulo V
Capitulo VI
Capitulo VII
Capitulo VIII
Capitulo IX
Capitulo X
Capitulo XI
Capitulo XII
Capitulo XIII
Capitulo XIV
Capitulo I
Alla’ en el lejano planeta Mercurio, el cual gira perpetuamente en la primera orbita alrededor del sol, con sus 3 movimientos peculiares que lo caracterizan como cuerpo celeste sideral, a una velocidad mayor que los demás astros, con una temperatura imposible de soportar, cuyo firmamento siempre esta’ coloreado de un tono purpura, y el suelo rojo como el tomate; allí mismo, en una rustica arquitectura hecha de madera sostenida por 4 arboreous rodrigones, y un techo de pencas de palma, se realizaba la ardua función de herrar caballos de paso fino, y bueyes de retorcidos cuernos, se hallaba el Dios Hefestos zambo de sus 2 pies, atizando la llama de su fragua para forjar un pedido muy especial que su homologa Tetis, la diosa marina, le había encargado hacia ya mas de 3 dias.
Aquel fuego incandescente emanaba una luz rutilante, y un calor abrasador que calcinaba los poros de la piel del dios mas feo del panteón griego. Las gotas de sudor se precipitaban en desorden por aquel horrible rostro, y un amargo mohín afloraba a su desgraciado semblante tupido de una descuidada barba roja, que le auxiliaba cohonestar un poco su horrible fealdad.
Su frente arrugada como señal del que cavila mucho, o padece una agonia en demasiado, se veía custodiada a ambos lados por aquella melena roja que caía en desorden sobre sus fornidos hombros. Sus ojos cerúleos relampagueantes, lo divisaban todo; o, mejor dicho, casi todo; puesto que muchas veces, no escrutaba muy bien las infidelidades de su consorte conyugal.
Si bien él odiaba aquella ardua labor por agotadora que era, lo importante consistía en que lo mantenía apartado del monte Olimpo del planeta Tierra, donde solían acudir a divertirse los demás dioses, y también de la mirada de los videntes y las pitonisas mortales.
No quería saber nada de nadie, todos lo tildaban de mal parecido. Nadie le rendia culto en la Tierra, ni hacían peregrinaciones en aras a su potestad; pero lo que si no se podía negar era que no tenia ninguna competencia en el arte de la orfebrería. Las alhajas mas preciosas que usaban las diosas en sus fiestas las había cincelado él mismo en su apartada localidad.
Como era muy deforme fisicamente, nadie lo amaba, nadie lo solicitaba, nadie le rendia pleitesia; al no ser que fuera el caso peculiar para pedirle algún favor por conveniencia. Esto él lo sabia perfectamente, y de igual modo se servia de ello para permanecer aislado de los demás inmortales y mortales. No le incumbía la vida ajena.
En efecto, su madre Gea al instante en que lo pario’, y vio’ lo desgraciado que era, no quiso aceptarlo como hijo, y lo arrojo’ desde la Tierra bien lejos de los demás hijos hacia el espacio vacio de la Via Lactea, y no tuvo mas remedio el desdichado Hefestos que albergarse en el cuerpo celestial de Mercurio, para estar mas propincuo a Helios, el astro que le suministraba; no únicamente la preciosa luz que le permitía divisarlo todo; sino también, la candela necesaria para desarrollar su labor de orfebrería.
No obstante, la diosa Afrodita, la reina de la belleza, se había fijado en él, y le plugo en contra de las opiniones contrarias de los demás dioses del panteón griego, desposarse con aquel zambo de los 2 pies. No lo hizo por humanidad, ni mucho menos por piedad, pues las hembras no conocen la acepción de esta palabra; sino mas bien por evocar la opinión publica, o sea, en otras palabras, llamar la atención.
Le fascinaba a ella ser el centro de la diana donde recaían todas las opiniones ajenas. Ya sean dicterios o apologías, eso a ella no le incumbía. Y como a Hefestos nadie lo quería, ella iba a demostrarle a los demás, que ella podía hacerlo. Las mujeres sean diosas o no, son mas terca que una mula. Ella de hecho no lo amaba; pero si lo necesitaba.
Nadie podía creer aquella descabellada decisión de la diosa, teniendo tantos pretendientes mas apuestos, había elegido al mas mal parecido. Sin embargo, esta elección de nada le agrado’ a Hefestos; ya que se había enterado por ahi que su consorte conyugal, era demasiada revoltosa en el lecho con otros amantes.
Ya la había sorprendido en varios romances clandestinos, era una autentica adultera, cortesana y meretriz. Hefestos le había pedido de favor al omnipotente Zeus que lo divorciara de aquella desquiciada mental; mas el largo vidente le había aconsejado que tuviera paciencia, que quizás mas adelante ella se apaciguaría de esos lascivos furores que la enaltecían.
Pero el desventurado Hefestos no quería esperar mas meses para que su esposa se tranquilizara, ya había perdido la fe’; y por el contrario, procuraba todo el tiempo esquivar su presencia. Sabia muy bien que ella no lo amaba, conocía perfectamente que ella era una verdadera hipócrita, y que mero estaba a su lado para que le cincelara joyas preciosas y poderlas lucir en los festines que se celebraban en el palacio de Gea.
Y para colmo de males, tenia un hijo ciego, hambriento, y desnudo, el mas odioso de los niños, el cual solia gastar su tiempo en lanzar dardos de doble filo a los corazones de los inmortales y mortales sin ninguna compasión. Muchas veces, si, muchas veces se preguntaba el mismo: ¿Para que’ cuidar de un hijastro tan malvado?”
El desdichado Hefestos no quería ni ver en pinturas aquel travieso muchacho, no era hijo suyo, ni tampoco deseaba saber quien era su padre. Simple y llanamente, no anhelaba verlo al lado suyo. El no estaba dispuesto a criar un infante que no era suyo. El sabia muy bien que aquello era perder miserablemente el tiempo.
De hecho, la madre de aquel odioso muchacho, era la diosa mas coqueta, mas orgullosa y mas vanidosa del panteón griego. Las demás deidades olímpicas la odiaban por ser tan taimada y ladina. De ella se murmuraba que se había acostado con varios dioses, y actualmente estaba probando la carne mortal para variar los sabores.
Había llevado a cabo una tórrida relación sexual con el frigio Anquises, oriundo de Ilion; de cuya relación había nacido el guerrero Eneas, uno de los troyanos mas heroicos contra la invasión helena.
Así es que, contemplando todas estas cosas, sin poder presagiar el futuro, podemos colegir entonces que aquel duo entre madre e hijo, eran en realidad un “hostilis publicus” para toda la humanidad y sus dioses.
Hele ahí que así estaba el herrero Hefestos, martillando la hoja de una espada de 2 filos sobre su ferreo yunque; cuando de repente, hubo de aparecer ante su vista, la diosa marina Tetis, la de níveos brazos. Un halo luminoso la envolvía.
Llegaba ataviada de un peplo azul endrino, escotado en su pecho y espalda. Su cabello largo matiz rojo caían en desordenados rizos sobre sus ma

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