La Diosa Cósmica Y Otros Relatos Fantásticos
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Description

El libro que tiene en sus manos lector, La diosa cósmica y otros relatos fantásticos, está conformado por tres historias con una ligera conexión temática.
En el primer relato, una entidad aparecida de la nada en la lejanía del espacio y el tiempo, la diosa cósmica, al sentirse tan sola en medio del vacío espacial, decide sembrar las bases de la vida en un planeta que acondiciona con ese propósito. Finalmente, tras transcurrir millones de años, las formas de vida en ese mundo evolucionan hasta ser concebidos seres humanos, tal como los que existen en la Tierra. La diosa su madre deberá entonces cuidar de sus hijos, sin tener la menor idea de lo que eso significa.
En la segunda historia, un solitario viajero se encuentra en búsqueda de la mítica Ciudad del olvido, una urbe hechizada donde gente destruida por dentro acude para que los encantamientos del lugar los hagan olvidarse de todo y vivir en un presente perpetuo sin recuerdos. El solitario caminante, sin estar del todo convencido sobre su decisión, opta por charlar con diversos habitantes de la ciudad para resolver el mayor dilema de su vida: permanecer o marcharse.
Finalmente, en el tercer relato, los actos malvados de los humanos han dado pie a que los abismos infernales se abran. Demonios y entes peores se liberaron sobre el mundo, enfermando y corrompiendo la mente de la mayoría y transformando el planeta en un verdadero averno. La única esperanza de la humanidad es la protectora del amor, una mujer elegida por la realidad misma que habita en un valle sobre las nubes y resguarda una esfera. Ésta la representación del amor en todos sus sentidos y se halla conectada intrínsicamente con otra esfera gemela que se encuentra en la Tierra degenerada. Si alguna de las dos esferas del amor llega a alterarse, la otra cambiaría de la misma manera. Por este motivo, la protectora deberá descender al abominable planeta para salvar para siempre la existencia del amor; aunque lo que presenciará fácilmente podría quebrarla o sumirla en la demencia antes de lograr su objetivo.
¿Qué futuro tan atroz o brillante le podrá deparar a los protagonistas de estos tres relatos fantásticos?

Sujets

Informations

Publié par
Date de parution 13 février 2023
Nombre de lectures 0
EAN13 9781506549439
Langue Español
Poids de l'ouvrage 1 Mo

Informations légales : prix de location à la page 0,0200€. Cette information est donnée uniquement à titre indicatif conformément à la législation en vigueur.

Extrait

LA DIOSA CÓSMICA Y OTROS RELATOS FANTÁSTICOS
 
 
 
 
 
 
 
C. M. F.
 
Copyright © 2023 por C. M. F.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:
2023900278
ISBN:
Tapa Dura
978-1-5065-4945-3

Tapa Blanda
978-1-5065-4944-6

Libro Electrónico
978-1-5065-4943-9
 
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
 
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
 
 
Fecha de revisión: 18/01/2023
 
 
 
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
ÍNDICE
LA DIOSA CÓSMICA
LA CIUDAD DEL OLVIDO
LA PROTECTORA DEL AMOR
LA DIOSA CÓSMICA
Sucedió que hace millones y millones de años, en medio del vacío espacial y muy lejos de la tierra, nació o emergió de la nada misma una entidad, un ser viviente y de suma inteligencia: la diosa cósmica; aunque por ese entonces no podía denominarse diosa, sino hasta mucho más adelante en la línea del tiempo. Tras comprender bien su existencia y su entorno, con el transcurso de tantos eones, llegó a ser capaz de grandes cosas, como manipular la materia y la gravedad, crear o modificar planetas, dar forma al cosmos a su antojo y mucho más. Especialmente, logró alcanzar la capacidad de sembrar vida.
Sin embargo, lo que realmente afligía a esta poderosa deidad era que se sentía sola en medio del espacio, vacía y sin hallar porvenir a su existencia. Y así, abatida por sus dolencias, tuvo una idea, un proyecto que le daría sentido a su solitaria realidad. Aún no se imaginaba en lo más mínimo lo que éste significaría.
Ella vivía en un sistema solar similar al nuestro, una estrella madre con diversos cuerpos orbitándola. No todos albergaban vida. Para comenzar, eligió un planeta muy parecido a la Tierra en todo sentido, como el tamaño, la distancia a la que se encontraba del sol y sus características generales. Por muchos siglos se dio a la tarea de acondicionar su planeta. Una vez listo, y sin pensarlo más, sembró las semillas esenciales de la vida.
Completado esto, la diosa se dedicó a esperar por miles de millones de años, durante los cuales surgieron los primeros organismos vivientes, seres unicelulares que gradualmente dieron pie a otros más complejos, como animales y plantas semejantes a los de la Tierra. De igual forma, la atmósfera era propicia para el desarrollo de la vida y la superficie de este mundo albergaba grandes océanos, selvas, desiertos, bosques, zonas congeladas, cordilleras montañosas, etcétera.
Cabe mencionar que, con el paso del tiempo, el poder y la sabiduría de nuestra entidad divina nunca cesó de incrementar. Así la diosa cósmica, que anteriormente no hallaba nada que le ayudase a aminorar la tristeza que la consumía, por fin contemplaba con alegría y esperanza los frutos de su creación.
Como las posibilidades son infinitas en un universo tan vasto como el nuestro, las condiciones de ese mundo se desarrollaron de forma similar a como ocurrió en la Tierra. Y finalmente, tras extinciones masivas, extremos cambios climáticos, desastres naturales a nivel global, cataclismos cósmicos y más, aparecieron seres humanos, los cuales eran idénticos a nosotros en sus características tanto físicas como mentales.
Tras analizarlos durante siglos, la diosa creadora creyó comprender lo complejos e impresionantes que eran estos humanos, sus hijos, a quienes cuidaría y amaría como tales. Cabe mencionar que también a los animales y las plantas los consideraba hijos suyos, aunque, más bien, sin ser menos importantes, le parecía que complementaban a los inconcebibles humanos, de quienes jamás imaginó su posible desarrollo. Finalmente, y por primera vez en su larga existencia, ya no se sentía sola en lo absoluto. Su realidad tenía un sentido y un porqué. Pobre diosa cósmica; no tenía la menor idea de lo que significaba ser madre y mucho menos lo que deparaba el futuro.
En sus inicios, la humanidad era nómada. Los grupos habitaban por lo general en cavernas, y como la población terrestre era tan reducida, a nuestra deidad le era posible ocuparse de casi todos sus hijos y hallarse presente en millares de sitios a la vez. Bajo el cuidado de la diosa, los humanos estaban protegidos de las amenazas del mundo. Curaba sus enfermedades y heridas, les advertía de los peligros y les daba consejo. Incluso a veces llegaba a interferir de forma directa en ciertos acontecimientos y conflictos. También les aportaba a sus hijos conocimientos prácticos, tales como el fuego, la rueda y su enseñanza elemental: que lo más importante y el sentido esencial de la vida era el amor en todas sus facetas. El resto, dejaría que los humanos lo descubrieran por sí mismos. Esto provocó que, inevitablemente, toda la humanidad fuera consiente de su presencia amorosa y protectora.
Por los motivos antes mencionados, esta humanidad progresó mucho más rápido de lo que lo hizo en nuestro planeta. Avances tecnológicos que hubieran demorado decenas de siglos, fueron consumados en relativamente poco tiempo. Estos años ancestrales de la humanidad fueron los mejores tanto para la diosa como para sus hijos. El mundo estaba casi libre de sufrimiento, como un verdadero paraíso terrenal. No obstante, esta época de paz que los hombres gozaban no podía durar por siempre. Qué terrible hubiera sido para nuestra divinidad siquiera imaginar lo que se le venía encima.
Como era de esperarse, y debido a la notoria presencia de la diosa, los humanos eran devotos o seguidores hasta cierto grado de distintas religiones o creencias. Éstas poseían tal diversidad que algunas eran tan extensas y complejas como otras sencillas y esenciales. De cualquier manera, cada una de estas formas de entender al mundo, acorde a cantidad de circunstancias, compartían en general las mismas bases fundamentales debido a la intervención y actos de la diosa. Eso la hacía muy feliz, aunque en realidad hubiera preferido que toda la humanidad compartiera una misma creencia. Es menester mencionar que los humanos de este planeta, y por mera casualidad, también nombraron a su mundo Tierra.
Por esos tiempos en que la población humana aún era escasa y fácil de proteger y ningún mal afectaba a la diosa, se presentó la primera cuestión y motivo de dolor de nuestra entidad divina: la muerte inevitable de sus hijos. Ese ciclo irremediable, qué ocurría después de consumarse la vida de sus creaturas. Se preguntaba qué les sucedía, a dónde iban, si acaso desparecía para siempre su alma y su esencia. ¿Podría ser que sencillamente se volvieran nada? Un hueco en la existencia, como si nunca hubiera tenido lugar hecho alguno. Algo debía hacer al respecto, aunque por ahora no se le ocurría nada. No obstante, estaba segura de que pronto llegaría el día en que pudiera remediarlo, sencillamente era cuestión de aguantar y tener fe, o al menos eso se decía a sí misma.
Lentamente, y de la forma más natural, la humanidad fue expandiéndose por el globo, ocupándolo en su mayoría y formando diversas comunidades, cada una con su propia cultura, ideas, creencias y lenguaje. Lo único que tenían en común era que adoraban a la diosa, cada cual a su manera. Tantos había sido testigos de milagros o ella misma les había hablado directamente, que sencillamente no podía caber duda de su existencia. Y así, sintiéndose tan querida, era feliz y el amor por sus hijos no paraba de crecer.
Como las cosas nunca pueden ser perfectas, tras miles de años, cuando ya escapaba de sus manos el poder de cuidar a todos sus hijos, se hicieron más que evidentes dos grandes problemas que martirizarían a la diosa, los cuales no tenían una solución sencilla. El primero y ya mencionado era que la población del mundo crecía a gran velocidad, mucho más que el grado de poder de nuestra divinidad, por lo tanto, cada vez le era más difícil cuidar de la humanidad. La Tierra ya no podía ser ese paraíso terrenal que ella hubiera querido por siempre.
El segundo problema, el que más la mortificaba y lo haría siempre, era lo que ya había descubierto con amargura milenios atrás, pero que había sido capaz de controlar hasta cierto punto. Tenía miedo de aceptarlo y analizarlo para no lastimarse, pero era innegable: la maldad humana, la perversión, la indiferencia, la ambición desmedida, las ansias de poder, todas estas atrocidades e inconcebibles brutalidades de las que eran capaces sus hijos. Esto la aterraba y la entristecía, a su vez la llenaba de impotencia. No podía comprender por qué era así. La mayoría de las personas se corrompía por distintos motivos, otros nacían enfermos y a algunos simplemente no les comprendía en lo más mínimo. La complicada naturaleza de la humanidad podía ser tan hermosa y a la vez tan nefasta, un siniestro enigma que la atormentaría eternamente. A causa de estos motivos, en ocasiones la diosa abandonaba la Tierra y vagaba por su sistema solar, entre la desolación de los mundos vecinos, mientras lloraba amargamente. No obstante, eran episodios pasajeros y jamás menguaban en lo más mínimo su lucha por el bien de los humanos.
Milenios transcurrieron, aunque se tratase de un par de años desde la percepción de la cr

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